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La ingenua y antigua usanza de reclamar el autor en la primera página de su obra, la indulgencia del lector, ha caido en desuso desgraciada ó afortunadamente. Aun á riesgo de aparecer desafecto á la moda actual, recomiendo aunque tarde mi humilde libro á la benevolencia de quien le hojee, ora sea con distraccion.

Fortunata le oía embelesada, puestos los codos sobre la mesa, la cara sostenida en las manos, los ojos clavados en el narrador, quien bajo la influencia de la atención ingenua de su amada, se sentía más elocuente, con la memoria más fresca y las ideas más claras. « no puedes hacerte cargo de aquellas noches de luna en Cuba, de aquella bóveda de plata resplandeciente, de aquellos manglares que son jardines en medio de los espejos de la mar... Pues aquella noche de que te hablo, estábamos acechando junto a un río, porque sabíamos que por allí habían de pasar los insurgentes.

Cuando yo más la quería... Rafael no pudo oír más. La poesía popular le arañaba el alma con su ingenua tristeza. Rompió a llorar con gemidos de niño, como si la copla fuese su historia: como si la hubiesen compuesto luego de ser despedido él de aquella reja, donde estaba la felicidad de su vida. ¿Oyes, Fermín? dijo entre suspiros. Ese, soy yo. Me ocurre lo que al pobresito de la copla.

Había imaginado en ella tal ideal de adorable bondad, de ingenua ternura, de sencillez y de rectitud, que, despojado de ese ideal, me encuentro como aplastado en el suelo, como caído de un campanario, aturdido, quebrantado, incapaz de remontar el vuelo hacia las alturas y condenado a arrastrar mis miembros dislocados y mi espinazo roto por el polvo nauseabundo de la vida vulgar.

Si no hay algo, la conciencia de la identidad numérica es absurda: si hay algo, queda demostrada la substancialidad del alma. Difícilmente se puede hacer una confesion mas ingenua y concluyente para destruir los argumentos del filósofo aleman.

Algunas, ignorando, como ignoraban todas, excepto la Butrón y la de Bara, el modo cómo había de nombrarse la junta, dejaron escapar la idea entre sus misteriosos cuchicheos, y la señora de Martínez, con ingenua sinceridad, algún tanto lugareña, soltó esta frase, que hubiera provocado en otra ocasión las crudas sátiras de la de Bara: ¡Esa que es una marquesa de veras!...

Muchas veces, al pasar por el pardo caserón de la calle de Pizarro, donde habitaba los inviernos, hemos evocado su silueta entre la grave penumbra de los viejos salones y le hemos imaginado trazando sobre amplias cuartillas renglones cortos de musa ingenua y familiar, para convocar a sus íntimas reuniones familiares, que eran como una evocación de los tiempos pretéritos.

Era un caballero fino, distinguido, de fisonomía ingenua y simpática. No tenía motivo para negarme a recibirle en mi habitación algunos días. El dueño de la fonda me lo presentó como un antiguo huésped a quien debía muchas atenciones: si me negaba a compartir con él mi cuarto, se vería en la precisión de despedirle por tener toda la casa ocupada, lo cual sentía extremadamente.

Y en efecto, el ilustrado cuerpo de redacción de La Abeja, herido, escarnecido, arrojado ignominiosamente de su santuario por una miserable sirviente, bajó las escaleras a toda prisa, se disolvió al llegar a la calle, se esparció por Madrid y nunca más volvió a juntarse. Era un caballero fino, distinguido, de fisonomía ingenua y simpática.

El que está instruido en la Historia Filosófica sabe que esto es verdad. ¿No fuera mejor confesar la ignorancia de una cosa que hasta ahora no se ha podido alcanzar, que engañar con arrogantes y vanos discursos á los incautos? Una de las cosas en que se conocen los grandes talentos es la confesion ingénua de lo que ignoran, y el cuidado que ponen en no afirmar lo que todavía no está descubierto.