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Actualizado: 28 de junio de 2025


Afligida y desconsolada la gente, suplicó al Mapono preguntase á sus dioses la causa de este infortunio. A que respondieron que ya lo sabían, y era, que llevando al cielo el alma de un niño, cuyo padre vivía allí, trató con poca reverencia á Tatusiso, y no se quiso dejar limpiar, por lo cual, enfurecido aquel dios, la echó en el río.

Compadecía á Elena por su infortunio, pasando por alto las afirmaciones políticas de la carta. Se enterneció además al ver cómo lloraba doña Luisa á su sobrino Otto. Había sido su madrina de bautizo y Desnoyers el padrino. Era verdad; don Marcelo lo había olvidado.

Ambos tuvieron que abandonar la carrera apenas empezada. El infortunio se cebó en sus hogares de modo parecido, y aquella amistad de niños, fundada en juegos y paseos, fue lazo que vino a estrechar la desgracia. El padre de Millán tenía en los barrios bajos una modesta imprenta donde, por hacer favor a un amigo, tiró varios números de cierto periódico clandestino.

Pero allí quedó la letra bordada brillando como una joya perdida que algún malhadado viajero podría recoger, para verse después perseguido quizá por extraños sueños de crimen, abatimiento del corazón é infortunio sin igual.

Subieron, y en uno de los cuartos más estrechos del corredor alto, vio Benina el tremendo infortunio de aquella familia.

Muy brutos, eso , capaces de las mayores barbaridades, pero con un corazón que se conmueve ante el infortunio y les hace ocultar las garras... ¡Pobre gente! ¿Qué culpa tienen si nacieron para vivir como bestias y nadie les saca de su condición?

De estos viajes volvía humillado, con los ojos llenos de lágrimas. Tenía en la frente la huella negra de un golpe; su chaqueta estaba desgarrada. Eran rastros de un débil intento de oposición durante la ausencia del dueño al iniciar los alemanes el despojo de establos y salones. El millonario se sintió ligado por el infortunio á unas gentes consideradas hasta entonces con indiferencia.

Así, cuando mi alma se desprendió de sus juveniles ilusiones y cuando no encontró ya nada que la pudiera retener entre los hombres, espió los secretos de las tinieblas y las alegrías silenciosas de la soledad, comenzó a vagar por las moradas de la muerte y bajo los gemidos del aquilón; por eso ella ama las ruinas, la oscuridad, los abismos, todo lo que la naturaleza tiene de terrorífico, y por eso ha estudiado, sin necesidad de buscar otro modelo, algunos de los caracteres del infortunio.

Sólo las moradas en que el infortunio había arrojado un velo sombrío, eran las que podían retenerla; desde el instante en que comenzaban á iluminarlas los rayos de la felicidad, Ester desaparecía.

¡Á tal estado de infortunio y miseria había ella traído al hombre que en otro tiempo, y, ¿por qué no decirlo? que aun amaba apasionadamente! Ester comprendió que el sacrificio del buen nombre del eclesiástico y hasta la muerte misma, como se lo había dicho á Rogerio Chillingworth, habrían sido infinitamente preferibles á la alternativa que ella se había visto obligada á escoger.

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