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Cuerpos reglamentados españoles, con algunos suizos y valones; regimientos de línea, que eran la flor de la tropa española; regimientos provinciales, que ignoraban la guerra, pero que se disponían a aprenderla; honrados paisanos, en su mayor parte muy duchos en el arte de la caza, y por lo general tiraban admirablemente; y, por último, contrabandistas, granujas, vagabundos de la sierra, chulillos de Córdoba, holgazanes convertidos en guerreros al calor de aquel fuego patriótico que inflamaba el país; perdidos y merodeadores, que ponían al servicio de la causa nacional sus malas artes; lo bueno y lo malo, lo noble y lo innoble que el país tenía, desde su general más hábil hasta el último pelaire del Potro de Córdoba, paisano y colega de los que mantearon a Sancho: tales eran los elementos del ejército andaluz.

Los demás tomaron posiciones en las alturas. Se les vela subir como gatos, escalando los empinados cerros con agilidad increíble. El calor les hacía tan poca impresión como les habla hecho el frío. Tenían cara de pergamino, músculos de acero, corazón de piedra y sesos de algodón, que ni el sol derretía ni el pensamiento inflamaba jamás.

Ya reproduciendo las Sagradas Escrituras; ya exponiendo en las ceremonias del culto los símbolos del dogma cristiano; ya ostentando pompa y solemne aparato en el servicio divino; ya, en fin, en sus fiestas y suntuosas procesiones, excitaba natural y vivamente á los habitantes de este país meridional, é inflamaba enérgicamente su fantasía.

La mancha se agrandaba, tenía una forma parecida á la puerta de su estudi, y salía por ella un humo denso, nauseabundo, un hedor de paja quemada que le impedía respirar. Debía ser la boca del infierno: allí le arrojaría Pimentó, en la inmensa hoguera, cuyo resplandor inflamaba la puerta. El miedo venció su parálisis.

De ninguna manera: ¿quién podrá disputarle á Dios, que inflamaba sus corazones y movia sus lenguas, el derecho de suscitar esos testigos heróicos de la verdad en los tiempos lastimosos en que reina y prevalece el error? Téngase por seguro que cuando la causa es de justicia y en favor de la verdad, la obra es de Dios, parezca lo que quiera.

Llevando la cabeza de una pasó dos trincheras, arrolló las guardias enemigas... mas no á todos inflamaba su ánimo: vió con dolor que capitanes y soldados arrojaban las armas; vióse abandonado, teniendo que correr hacia las galeras amparadas bajo el castillo con ánimo de resistir todavía, y para lamentarse de la suerte, que le puso al cabo en manos de Piali. ¡Con qué dolor refirió al Rey en el Memorial la extremidad, en que no le acompañó la entereza ni la consideración de todos sus capitanes!

¿Usted la ha visto?... ¡Infeliz muchacha!... Le he rogado que vaya conmigo a Malta y no quiere. Y hace bien. ¡Pobre santita! Cuando la vi, más que su hermosura que es mucha, más que su talento que es grande, me cautivó su piedad... Todos decían que era perfecta, todos decían que merecía ser venerada en los altares... Esto me inflamaba más.

La severa vigilancia á que estaban sometidas las mujeres, acrecía las dificultades de llegar hasta ellas; excitaba los celos y el disimulo cuando intervenía la presencia de un tercero, y extremaba todo esto la violencia del amor, é inflamaba con más fuerzas los deseos.

Cuando las primeras llamas, casi invisibles, lamieron sus plantas, Aixa, alzando los ojos al cielo, fijó su mirada en el delgado creciente de la luna, que brillaba apenas, por encima de la ciudad, entre nubecillas de oro. Los leños, atizados con fuelles enormes, comenzaron a chisporrotear. El humo se inflamaba por momentos, formando lenguas amarillentas y fugaces que se perdían en el espacio.