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Actualizado: 14 de julio de 2025
Con esto los doscientos infantes quedaron en ciento treinta y cuatro, y los veinte caballos en siete. Las mujeres eran mas de dos mil, y así dice el mismo Montaner: Romangui mal acompayat de homes, ben acompayat de fembres.
Repúsose el padre Aliaga. ¿Conque... vais á buscar á esos dos amantes? dijo. No por cierto, voy á esperarlos á su casa... y como pueden tardar... Esperad, cuando la hayáis encontrado, en la galería de los Infantes. Esperaré... Cuando yo llegue, os avisarán. Muy bien. Y para que los encontréis más pronto, id al momento. Quedad con Dios, padre Aliaga; quedad con Dios y hasta luego. El bufón salió.
El padre Aliaga no contestó. El bufón le llevó por donde le había traído. Al llegar á la galería de los Infantes, le soltó. Desde aquí dijo sabéis salir del alcázar. Pero una palabra antes de que nos separemos: tened compasión de ella, tened compasión de vos mismo, tenedla, por Dios, de mí. El padre Aliaga se alejó en silencio y con la cabeza baja.
Diez años después llevó á los Gelves Don Hugo de Moncada, Virrey de Sicilia, otra armada de cien velas conductora de 13.500 infantes y 1.000 caballos; los puso en tierra por el mes de abril , y no llanamente se abrió paso; que si el escuadrón que personalmente guiaba arrolló á los moros, otro de los suyos cejó viéndose en aprieto.
La última comedia mencionada, por ejemplo, cuyo argumento es la historia de los infantes de Lara y su sangrienta muerte; después El conde Fernán González, en la cual aparece el famoso héroe nacional castellano, celebrado ya en la epopeya del siglo XIV, y los dos, cuyo protagonista es Bernardo del Carpio, á saber El casamiento en la muerte y Las mocedades de Bernardo del Carpio, se ajustan estrechamente á antiguos romances, que se conservan, cuyas palabras se copian á veces en ellos.
Hospedose en casa de Fonseca, y, ya como muestra de habilidad, prueba de gratitud o acaso ardid entre ambos convenido para que se le conociera pronto, le hizo Velázquez un retrato. «Llevolo a Palacio aquella noche dice Pacheco un hijo del Conde de Peñaranda, camarero del Infante Cardenal , y en una hora lo vieron todos los de Palacio, los Infantes y el Rey, que fue la mayor calificación que tuvo.
Los caminantes se diéron priesa á coger el oro, los rubíes y las esmeraldas. ¿Donde estamos? decia Candido: menester es que esten bien educados los infantes de este pais, pues así los enseñan á no hacer caso del oro ni las piedras preciosas. No estaba Cacambo ménos atónito que Candido.
Y no lo tengas a mucho, que cosas y casos acontecen a los tales caballeros, por modos tan nunca vistos ni pensados, que con facilidad te podría dar aún más de lo que te prometo. -De esa manera -respondió Sancho Panza-, si yo fuese rey por algún milagro de los que vuestra merced dice, por lo menos, Juana Gutiérrez, mi oíslo, vendría a ser reina, y mis hijos infantes.
¡Ah! ¿está enferma? exclamó la condesa con un despecho, que la dueña tomó por interés. Afortunadamente, señora, la indisposición de doña Clara es un ligero resfriado. Me alegro mucho: me habíais dado un susto. ¿Y dónde tiene su cuarto doña Clara? Vive sola con una dueña y una doncella, más allá de la galería de los Infantes; si vuecencia quiere que la guíe...
Y de pronto la enorme diligencia parte, con formidable estrépito de herrumbres, en dirección a Infantes, donde expiró Quevedo, hacia «el antiguo y conocido campo de Montiel», por donde Cervantes hizo caminar a Alonso Quijano la vez primera...
Palabra del Dia
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