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Actualizado: 13 de julio de 2025
Hablabamos, mi amigo y yo, de cosas indiferentes y triviales. El sol, próximo a desaparecer, arrojaba sobre la tierra una luz cálida y rojiza, y el bochorno que entraba por la abierta ventana parecía esparcirse por todo el aposento.
Vivía de tu vida y si tú dilapidaste tu fortuna, me harás la justicia de confesar que nunca te incité á ello ni tuve nada que ver con tu ruina. Tú me revelaste el amor. Antes de conocerte, sólo había tratado indiferentes; mi marido y algunos botarates de mi país que ningún poder tenían sobre mis sentidos. Tú me volviste loca el primero y me adherí á tí con un ardor igual á la dicha que me dabas.
Recibiólas ella con gratitud y alegría primero, después con graciosa condescendencia y sin devolverlas sino tal vez que otra; por último, á medida que el guapo las menudeaba, le fueron siendo más indiferentes, terminando por hacérsele pesadas.
En 1815, cuando por segunda vez París, rendido por quince años de servidumbre militar, oía el rodar de los cañones prusianos por sus calles, dos hombres, indiferentes á la causa pública, estaban tranquilamente sentados á las orillas del Sena con su caña en la mano. Jamás se habían visto anteriormente, pero cada uno de ellos había oído celebrar la gloria de un rival.
La Regenta sentía más la soledad con tal compañía; aquellos criados indiferentes, mudos, respetuosos, sin cariño, le hacían echar de menos la humanidad que compadece. Petra le era antipática. La temía sin saber por qué. Para tranquilizarse un tanto, cuando las congojas nerviosas la invadían, preguntaba a la doncella: ¿Anda don Tomás por la huerta?
En la soledad del viejo castillo, cerca de aquel anciano achacoso y colérico, las horas nos parecían demasiado breves cuando nos encontrábamos en aquel santuario del estudio y de la amistad. A los días indiferentes y tranquilos de la infancia, debía suceder la edad de oro de la juventud, con sus quiméricos encantos, sus grandes ilusiones y su inmenso porvenir.
Un navío inglés, que después supe se llamaba Prince, trató de remolcar al Trinidad; pero sus esfuerzos fueron inútiles, y tuvo que alejarse por temor a un choque, que habría sido funesto para ambos buques. Entre tanto no era posible tomar alimento alguno, y yo me moría de hambre, porque los demás, indiferentes a todo lo que no fuera el peligro, apenas se cuidaban de cosa tan importante.
Te advierto que, aunque abogado, tengo algún valor además del cívico, y me siento capaz de batirme. ¡Acabáramos! Ya ve usted que hasta le concedo la ventaja de la elección de armas, porque soy yo el ofensor. Me son indiferentes, pues no he tenido hasta hoy en mi mano una pistola ni una espada. Yo llevaré unas y otras al terreno, y sus testigos elegirán. Indique usted la hora.
Tristán se dirigió a este grupo, terció en la conversación y en cuanto le fue posible se arregló para sacar a Gustavo de allí y llevarle hacia un rincón donde había dos mecedoras. Ambos se sentaron uno frente a otro. Hablaron unos instantes de asuntos indiferentes. De pronto Tristán afectando una risita irónica: ¿A que no sabes, Gustavo, dónde te han visto hoy?
Entonces añadía: Descanse usted un poco; mientras tanto, yo llamaré. Por espacio de algunos minutos, Pomerantzev llamaba concienzuda y enérgicamente con el puño en la puerta. El otro descansaba, frotándose las manos y mirando con ojos asombrados, y al mismo tiempo indiferentes, al cielo, al jardín, a la clínica, a los enfermos. Era de elevada estatura, hermoso y fuerte aún.
Palabra del Dia
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