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Actualizado: 21 de mayo de 2025
No me pareció mal la traza, y yo confieso que me incliné a ella por hallarme con algún natural a la poesía, y más que tenía ya conocimiento con algunos poetas y había leído a Garcilaso; y así, determiné de dar en el arte.
Los pies del oficiante pisarán un mármol, sin inscripción, que formará la grada del altar y cubrirá mis restos. Yo me incliné con la emoción de un visible respeto. La señorita de Porhoet tomó mi mano y la apretó dulcemente. No estoy loca, primo continuó, aunque así se diga.
Mientras hablaba estaba doblando la carta para meterla en el sobre, y yo me incliné rápidamente y se la quité. Ahora dije poniéndola lejos para que no pudiera cogérmela, soy dueño de sus secretos de usted, señorita Elena.
Me incliné de nuevo y besé el crucifijo de la madre. Lo mismo hice con el de la hermana María de la Luz, que por cierto volvió a ponerse colorada. En cuanto al de la hermana San Sulpicio, me abstuve de tocarlo. Sólo me incliné profundamente con semblante grave. Así aprendería a no reírse de los chapuzones de la gente.
Y yo soy Federico de Tarlein; ambos al servicio del rey de Ruritania. Me incliné y dije descubriéndome: Mi nombre es Rodolfo Raséndil y soy un viajero inglés. También he sido por dos años oficial del ejército de Su Majestad la Reina. Pues en tal caso somos hermanos de armas repuso Tarlein tendiéndome la mano, que estreché gustoso. ¡Raséndil, Raséndil! murmuró el coronel Sarto.
¡Con tal que halle la escalera! pensé, porque la tapia era alta y estaba erizada de púas. Sí, allí estaba y subí por ella en un abrir y cerrar de ojos. Me incliné sobre el muro y vi los caballos. Cerca de ellos oí un tiro. Era Sarto, que habiendo oído los disparos en el jardín se desesperaba por abrir la puertecilla y al fin la emprendía a tiros con la cerradura.
Me atrevo, pues, a aconsejar a usted, ya que es tan mozo y ya que no tiene motivo para quejarse de su malaventura, que no se meta todavía a predicador, ni se muestre tan adusto y desengañado, y que en otras novelas nos cuente lances y sucesos menos lastimosos y más agradables y dulces, vertiendo en su sátira, cuando a la sátira se incline, no hiel, sino sal y pimienta, que no la hagan amarga, sino picante y sabrosa.
Bien parece, señor, que no se advierte, Le respondí, que yo no tengo capa. El dixo: aunque sea asi, gusto de verte. La virtud es un manto con que tapa Y cubre su indecencia la estrecheza, Que esenta y libre de la envidia escapa. Incliné al gran consejo la cabeza. Quedeme en pie: que no hay asiento bueno, Si el favor no le labra, ó la riqueza.
Quizás no falte quien se incline á mirar con desprecio el sencillo aparato de la escena española, recordando las exigencias de las imaginaciones modernas en cuanto se refiere á la ilusión teatral; pero quien conozca el detrimento, que sufre el arte en su esencia con los poderosos medios externos empleados en la representación, y que, por punto general, coincide la decadencia del drama con el mayor lujo escénico, mirará con otros ojos la sencillez antigua, pareciéndole, sin mucho esfuerzo, que, en realidad, favoreció al verdadero arte dramático.
Un día, tarde ya, casi a la hora de comer, encontré a Blanca, sola, en la salita donde acostumbraba a pasar el día, cuando no salía. Al verme entrar por la pieza inmediata, dio un grito de sobresalto, se puso pálida y dejó caer el libro que leía. La saludé y me incliné para recogerlo; al dárselo, abrió los brazos. Comprendí el movimiento y le dejé caer el libro suavemente sobre las faldas.
Palabra del Dia
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