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Actualizado: 31 de mayo de 2025
Tomó el tren y rodó por Francia como una masa inerte, con todas las sensaciones dormidas bajo el deseo único de tener alas o de suplirlas con una desenfrenada carrera que le llevase, en un vuelo inaudito, a la casa temible de Rucanto. Pasó como un relámpago por París.
Su llegada había asombrado a Pep Arabi, todavía ocupado en relatar a parientes y amigos su estupenda aventura, su inaudito atrevimiento, el reciente viaje a Mallorca con los atlots, la estancia en Palma de unas horas, y su visita al palacio de los Febrer, lugar encantado que guardaba cuanto en el mundo puede existir de señorial y lujoso. Las rudas declaraciones de Jaime asombraron menos al payés.
Combinando la maña con la fuerza, pudieron sacarle de allí y volverle a su casa, donde le dejaron, encargando a la patrona que le sujetara si podía, y que hiciera por darle de comer. Entre otras tenacidades monomaniacas, tenía la de que su honor le demandaba pedir explicaciones al moro por el inaudito agravio de suponer, de afirmar en público que él, Frasquito, hacía la corte a Benina.
Los cabellos del lector se erizarán seguramente al representarse lo que allí pasaría después de este acto bárbaro e inaudito. Acaso sería conveniente dejarlo en suspenso como la famosa batalla del héroe manchego y el vizcaíno. Sin embargo, para no atormentar su curiosidad inútilmente, nos apresuramos a decir lo que pasó desdeñando este recurso de efecto.
¿Y si tus padres te ordenan que me olvides? ¿Y si nos separan?... ¿Serás capaz de resistirte á su voluntad? ¿Les desobedecerás para ser mi mujer?... Se agrandaron los ojos de Pepita con expresión de asombro, como si escuchase algo inaudito, como si ante ella se abriese un peligro no previsto ni imaginado, algo monstruoso que rebasaba los límites de lo humano.
¿En Contaduría?... ¡Pero qué escándalo! ¡Es inaudito! ¡Hace seis meses que está en la misma oficina! ¡Esa Contaduría es una carreta, señor! ¡Seis meses para una simple toma de razón; usted ve que eso habla muy poco en favor de la administración nacional!
Como en la Audiencia, en todos los balcones de la carrera, después de pasar la procesión y haber contemplado y admirado la hermosura y la valentía de la Regenta, se murmuraba ya y se encontraba inconvenientes graves en aquel «rasgo de inaudito atrevimiento». Foja en el Casino, lejos de Mesía y don Víctor, decía pestes del Magistral y la Regenta. «Todo eso es indigno.
Tan inaudito resultaba esto para el pobre tío Barret, que sonrió con incredulidad. Eso podría ser para los tramposos, para los que no han pagado nunca; pero él, que siempre había cumplido, que nació allí mismo, que sólo debía un año de arrendamiento... ¡quiá! ¡Ni que viviera uno entre salvajes, sin caridad ni religión!
No quiero que se nos robe más tiempo. Hubo un silencio solemne. Bonis no vaciló en compararlo al que precede a la tempestad. Por de pronto, era el que trae consigo lo sorprendente, lo inaudito. Comprendía Reyes que estaba allí solo, que los Valcárcel y sus futuros afines los Körner se lo comerían de buen grado. No era que él no estuviera azorado, casi espantado de su audacia; lo estaba.
La posesión del dinero, acontecimiento inaudito en aquellos tristes años de su vida, produjo en Doña Paca un efecto psicológico muy extraño: se le anubló la inteligencia; perdió hasta la noción del tiempo; no encontraba palabras con qué expresar las ideas, y estas zumbaban en su cabeza como las moscas cuando se estrellan contra un cristal, queriendo atravesarlo para pasar de la obscuridad a la luz.
Palabra del Dia
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