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Actualizado: 21 de junio de 2025


Estrechéle, al fin, por segunda vez la velluda mano, con los ofrecimientos y las cortesías de costumbre, y con un «adiós» a todos los presentes, corté los cumplidos con que me despedían, y me largué. Resuelto a que no me cogiera la noche cerrada en el camino, saqué al pobre animal que me conducía, los ijares y hasta las asaduras a espolazos. Por un milagro de Dios llegó vivo a casa.

Suena un chasquido; una jara hiere zumbando en el pecho al leon, que se recoge, y sus ijares batiendo con la cola, rampa horrible sobre su propio terreno, la roja crencha erizada, pavoroso, gigantesco: sus fosforescentes ojos muerte amenazan, y el suelo con las garras formidables cavando, ruge en el hueco. De la vida ó de la muerte es el solemne momento.

Se iban cerrando sus ojos y dejaba caer pesadamente la cabeza sobre su hermano, el cual pretendía reanimarle con tremendos puñetazos en los ijares, dados en sordina por debajo de la mesa. Pimentó sonreía socarronamente ante este triunfo. Ya tenía uno en el suelo. Y discutía la cena con sus admiradores. Debía ser espléndida, sin miedo al gasto: de todos modos, él no había de pagarla.

Canelo iba delante de él, loco de inquietud, olfateando en el suelo y en el aire, batiéndose los ijares con el rabo y con medio palmo de lengua fuera de la boca cuando no latía. Chorcos no estaba menos sobreexcitado que el sabueso, y seguía a Chisco pisándole casi los tarugos traseros de sus abarcas.

Zarandilla se metió entre ellos, adivinándolos por el tacto, marchando a ciegas en la penumbra de la cuadra, acariciando a unos en los ijares, rascando a otros en la frente, llamándolos con nombres cariñosos y librándose por instinto de las patadas de impaciencia y de alegría que daban con sus cascos herrados. «¡Quieto, Brillante!» «¡No seas malo, Lucero!» Y pasaba, encorvándose, por debajo de los vientres para ir hasta el otro extremo de la cuadra, mientras el aperador explicaba a Salvatierra la valía de este tesoro.

y la furia con que bate los ijares del corcel, desgarrándolos cruel con el agudo acicate; y el siniestro, el ronco grito con que excita al corredor, el aspecto aterrador le dan de un genio maldito. Fieros, el rastro siguiendo, ante el rápido corcel, vienen perros en tropel ladrando, aullando, latiendo.

24 Tribulación y angustia le asombrarán, y se esforzarán contra él como un rey apercibido para la batalla. 25 Por cuanto él extendió su mano contra Dios, y se esforzó contra el Todopoderoso, 26 él le acometerá en la cerviz, en lo grueso de las hombreras de sus escudos; 27 porque cubrió su rostro con su gordura, e hizo pliegues sobre los ijares;

Pero por Plauto no daré un cabello; Miro que su oración toda se agacha; No cual la tuya, Lope, que alça cresta, Hasta tocar del sol la ardiente hacha. ¿Pues qué, si tu Rosaura, en la floresta Juega el venablo y bate los ijares, Del valiente bridón que la molesta? ¿Juventud castellana, ya qué temes? Yo te prometo honor, suda y escribe, Que Apolo hay acá con quien te extremes.

La bajada era peligrosa por lo inclinado de la pendiente y lo rápido de las vueltas, y los seis caballos del tiro hincaban con fuerza los cascos delanteros, inclinaban hasta los pechos las airosas cabezas, henchían con ahínco los poderosos ijares y aparecía el sudor bajo los brillantes arneses en forma de espuma blanca.

Aquel espectáculo arrancó un grito de furor á Sir Hugo y sus soldados, que clavando las espuelas en los ijares de sus caballos se lanzaron, ciegos de ira, contra los escuadrones enemigos.

Palabra del Dia

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