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El amor aquel en algunos de ellos tenía que haber pasado por fuerza, so pena de ser ridículo; los años y la grasa, y la terrible prosa de la existencia pobre y montaraz de allá arriba, habían quitado todo carácter de verosimilitud a cualquier tentativa de constancia amorosa; pero no importaba: Emma se complacía en ver a su lado a los que todavía recordaban con respeto y cariño el amor muerto, y consagraban al objeto de tal culto todos los obsequios compatibles con el natural huraño y brusco de la raza montés.

Me alegro, me alegro en el alma de que hayas sido franco exclamó con afectación . ¡Qué dolor sería para si al cabo hubiera descubierto que te ibas a Madrid sólo por complacerme! Te vería de mal humor, te vería huraño y silencioso, y la pobre Elena tan inocente, sin saber que ella era la causa. ¡Huraño, Elena! ¡Silencioso! , huraño, incivil... inaguantable. ¿Pero cuándo me has visto...?

Callaba Salvador entristecido y confuso. Don Manuel miraba vagamente una nubecilla blanca que se deshacía en jirones leves, sobre el fondo gris de un cielo huraño. Volvióse hacia el joven, y le dijo de pronto: ¿Sabes que ayer estuvo aquí el notario de Villazón? El muchacho interrogó perplejo: ¿Estuvo? ; yo le había mandado decir que deseaba verle.

Pasaba gran parte del día fuera de su casa, lejos del silencio huraño de las mujeres, interrumpido muchas veces con lagrimeos, y cuando volvía era con escolta, amparándose en su apoderado y otros amigos. El talabartero fue también un gran auxiliar para Gallardo. Por primera vez miró éste a su cuñado como un hombre simpático, notable por su buen seso, y digno de mejor suerte.

El correo de Marienfeld llegaba en ese momento; subí a él y por lo menos me encontré a cubierto. De ese modo llegué a la ciudad, donde he permanecido hasta hoy. Löb Lévi me ha dado cien táleres, y con eso me he comprado ropa; no quería presentarme harapiento delante de Gertrudis. ¡Desgraciado!... ¿quieres?... ¡Nada de sermones! protesta el joven en tono huraño. Todo está ya convenido.

Procuré dominarme, me decidí, aun a trueque de que Gabriela me creyera descortés, a huir de ella, y me mostré durante varios días desabrido y huraño. Me pasaba yo en el escritorio las horas de descanso, fingiendo ocupaciones extraordinarias, o me iba yo, como escapado, a vagar por la llanura o a tenderme en la hierba, bajo los árboles del río.

Y es que, para los ajenos, creí siempre que me faltaba autoridad; y para los míos, que me faltaba aquella cualidad excelente que tendrían que poner de manifiesto por anticipado juício de la obra. Con el presente libro todo aquel propósito casi huraño ha venido á tierra, y ya he dicho la razón.

Una ola insondable de invencible orgullo, un misterio y un sueño, tal debió parecer mi primera edad. Yo añado que ese sueño estaba atravesado por un pensamiento huraño, siempre despierto, de seres que han existido, y que mi espíritu no hubiera apercibido jamás si los hubiera dejado pasar cerca de mi, bajo mi ensoñadora pupila.

Pero eso pasará. Son buena gente. Lo único que le entristecía era ver que Mariano se recataba de él. Huía su trato como si le tuviese miedo. Parecía temer que Gabriel leyera en su pensamiento, con la superioridad irresistible que desde mozo había tenido sobre él. Mariano, ¿qué hay? decía al verle pasar por el claustro. Mucho y mal repartido contestaba el huraño camarada.

Parecía haber perdido por completo el uso de la palabra, no soportaba a nadie a su lado y evitaba aún a su viejo amigo; huraño y mudo, vagaba días enteros por los campos; permanecía noches enteras sentado junto a la cuna de su hijo, mirándolo fijamente con sus ojos enrojecidos y quemados por el llanto.