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Actualizado: 24 de julio de 2025
Lo único que puede ver, con un relieve y un agrandamiento exagerados, como si estuviese junto á sus ojos, es una mano: una mano que se agarra á su pecho y sube hacia su rostro que nadie golpeó jamás. La indignación le hace salir de su huraño ensimismamiento. ¡A él! ¡Una bofetada al príncipe Lubimoff!...
El primer acto, por decirlo así, era de escaso interés. Después de sus primeros años, pasados al lado de su madre, veía su vida de colegio, vida triste y sin amigos, que tanto influyó sobre su carácter, haciéndolo huraño y retraído. Empezaba el segundo acto con un cuadro pavoroso.
Se mostró impaciente, huraño, imperioso; armaba con la criada cada pelotera que la vajilla retemblaba con los apóstrofes; todo porque le había servido el almuerzo diez minutos más tarde de lo que le había ordenado, o no había podido llevarle el sombrero a planchar.
Era un día muy parecido a éste... Nuestro hermoso sol de los Trópicos se velaba triste y huraño... Mi madre, en su hamaca como yo estoy ahora, tiritaba como yo tirito... Estaba yo triste como tú lo estás hoy, hija mía... Hacía ocho días que no teníamos noticias de tu padre... que todavía no se había declarado... Yo tenía el corazón oprimido... tan oprimido, que estalló de repente y me eché sollozando en los brazos de mi madre.
Las gracias corporales de Rosa le habían dado golpe desde que la vio; mas ahora, la viveza de su genio, su natural tímido y bondadoso con apariencias de desenfadado y huraño, la frescura de su misma ignorancia, le iban cautivando en demasía. Cuanto más tiempo pasase, más dificultoso le sería romper el encanto. «Nada, nada, es necesario cortar esto de una vez.
Al verle tan huraño, y que se escondía cuando entraba doña Silvia con su hija, creía que hablarle a este chico de mujeres era como mentarle al diablo la cruz. Fíese usted de apariencias.
Mis negocios y mi casa decía cuando le acusaban de huraño y retraído aquí estoy a mis anchas, con mi familia, con los míos. ¿Los amigos? ¡Vengan, vengan, que serán bien recibidos! Conoció desde luego el carácter de los villaverdinos, y quiso evitarse el andar en lenguas.
Se comprende que no lo consiguiera, cosa difícil en aquella tierra, pues le trajeron y le llevaron de aquí para allá, durante varios meses; pero al fin le declararon huraño y orgulloso, y le dejaron en paz. Sarmiento me contó muchas veces el origen de la fortuna del señor Fernández.
De este natural poco sufrido, huraño y dado á la cólera, vinieron no pocos disgustos y sinsabores á Herrera, quien con frecuencia se veía solo y sin que ninguno de los muchos jóvenes aventajados que entonces había en Sevilla, quisiese acudir á su casa. «He oído muchas veces dice Ceán decirlo á pintores viejos de Sevilla: que cuando no tenía Herrera discípulos y esto era muy frecuente, mandaba á su criada bosquejase los lienzos, y antes que se secasen los colores formaba él con una brocha las figuras y ropajes.»
Y se encontraron allá con que todo faltaba, y para recolectar un poco de oro había que sufrir horriblemente. El gobernador, con el ansia de amontonar riquezas y contrariado por los obstáculos, mostrábase huraño, atribuyendo la falta de éxito a la pereza de los individuos de la colonia.
Palabra del Dia
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