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Actualizado: 27 de junio de 2025
El, que esperó encontrar en el canónigo un consejero de humildad, recibió de su verbo la brasa viva de la ambición.
La prendera quedó suspensa; vaciló un momento, pero viendo aquel rostro infantil cubierto de rubor, viendo sus ojos azules y límpidos como los de un querubín resplandecientes de gratitud, le entregó la mano sonriendo de la humildad y la inocencia de aquel niño. ¡Qué cordero de Dios! murmuró la buena mujer mientras sentía su mano mojada por las lágrimas de Godofredo.
María recibió con humildad tal granizada de insolencias, afirmando con palabras tiernas y persuasivas, siempre que le dejaba un instante para hablar, que le seguía amando con toda su alma; que podía poner a prueba su amor siempre que quisiera, pues resuelta estaba a hacer por él cuantos sacrificios exigiese menos el de su conciencia; que le atravesaban el pecho las sospechas de traición y de engaño, pero que se las perdonaba, teniendo presente el estado de exaltación en que se hallaba; que sentía igualmente en el alma que calificase de grotescos y ridículos los móviles de su resolución, cuando ella los tenía por tan respetables, y, en fin, que le rogaba se calmase.
Agasajó Orellana á los aprensores, tratándolos con la mayor humildad y blandura. Franqueóles el indulto general que pidieron, por haberse unido al rebelde cuando pasó por su pueblo, á cuya determinacion les obligó ver retrocedida con tanta precipitacion, dejándolos abandonados y espuestos al castigo que justamente merecian, y que sin duda hubieran experimentado para escarmiento de los otros.
Por lo pronto, que se retire este joven cacoquimio, que no quiero testigos de vista dijo, nerviosa, la duquesa, señalando al tímido y doliente familiar. Manolín, auséntate. Y ahora, ¿a qué debo en esta humilde casa....? Déjate de resabios de fraile y lugares comunes. ¿Qué hablas ahí de humilde casa, si es una de las mejores de la ciudad? Bien, pero la humildad la habita.
Y de un salto, el músico llegó hasta el busto, besándolo con humildad infantil, como un niño acaricia al padre ceñudo e imponente.
La voz de Cecilia, suave, persuasiva, un poco empañada siempre, lo cual daba a su acento singular ternura y humildad que llegaba al corazón, logró conmover pronto el de su cuñado. Apaciguóse súbito. Dilatado su rostro por una sonrisa, exclamó antes de que concluyese: ¡Chica, qué gran abogado harías! Es que tengo razón replicó ella riendo.
La timidez o falsa humildad endurecía esta, y como la energía interior no encontraba un auxilio en la palabra, porque la sumisión consuetudinaria y la cortedad no le habían permitido educarla para discutir, pasaba tiempo sin que la costra se rompiera. Por fin, lo que no pudieron hacer las palabras, lo hizo un acto.
¡Cuando te digo que no he tenido ninguno!... protestaba ella . Créeme: tú has sido el primero y serás el último. Ponía en sus ojos el asombro ingenuo y en su voz la infantil humildad de la mujer que necesita ser creída... Ojeda también necesitaba creer. ¡Para qué fatigarse en esta cacería del pasado!
Sabrás pintar, pero no sabes poner las cosas en su sitio. A una ilustre ciudad española, donde los hombres trabajadores y valientes nacen de mujeres virtuosas y bellas, llegaron hace años dos viajeros, cuyos trajes negros ni eran enteramente seglares ni del todo eclesiásticos. Uno de ellos hablaba, aunque dulcemente, como superior; otro escuchaba con humildad y respondía con respeto.
Palabra del Dia
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