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El marino empezó á sentirse inquieto en esta soledad que le parecía hostil, mirando fijamente el retrato del kaiser... ¡Y él que no llevaba armas! Volvió á presentarse la sonriente mujer con el mismo deslizamiento silencioso. Pase usted, don Ulises. Había abierto una puerta, y Ferragut, al avanzar, sintió que esta puerta se cerraba á sus espaldas.

El coronel también se fué, y el príncipe pasó el resto de la tarde conversando con Novoa, paseando por sus jardines, viendo la puesta del sol, y finalmente leyendo en el hall, al pie de una lámpara que extendía su enorme pantalla rosa sobre una alta columna. Castro llegó solo, mucho antes de la hora de la comida. Estaba triste; silbaba, y su sonrisa era un rictus hostil. ¡Mala tarde!

La punta ruinosa, mordida por el mar, con cuevas que amenazaban convertirse en estrechos, sin entrada fija, aislada de tierra firme por los jardines de Villa-Sirena y defendida por una pared hostil, representación inexpugnable del derecho de propiedad, era para don Marcos un motivo de indignación y de escándalo.

Ya sabe usted que en la prueba hemos estado muy flojos, por no conservar usted recuerdos de la niñez que nos favorecieran, y por resultar muy débiles los testimonios de otras personas». Y dicho esto, el abogado, frío, honrado y cruel, se despidió dando un suspiro, último tributo de la ley al volverse hostil.

Después de esto, Ojeda creyó tener a su lado otra mujer, como si se hubiese roto la coraza de hielo tras la cual se había mantenido hasta entonces, irónica y hostil, y de los fragmentos de la rota defensa acabase de surgir algo cálido y vibrante que iba hacia él con la humildad de la hembra que anhela ser vencida. Pasó por cerca de ellos la alemana con su niño de la mano.

Sentíase furioso por el mutismo de Margalida, que consideraba un fracaso; por la actitud hostil de los mozos; por el modo insólito con que se había dado fin a la velada. Los atlots dispersáronse en la sombra, sin gritos, relinchos ni canciones, como si volvieran de un entierro. Algo trágico flotaba en las tinieblas de la noche.

Primero, la dejé esperar y consumirse durante siete años, dividida entre la esperanza y el desaliento, agotando así su energía y sus fuerzas, ¡y Dios sabe que no tenía muchas! Después la arrastré, débil de cuerpo, abatida de espíritu, a este infierno donde todo el mundo le era hostil, y aun más hostil que todos, la que mejor habría debido sostenerla. ¡Y yo mismo!

La vieja, al perder en su arrugada mano el contacto de la diestra del hijo, se volvió hacia donde creía que estaba el país hostil, agitando los brazos con furor homicida: ¡Ah, bandido!... ¡Bandido!

Jaime venía a pescar todos los días de calma en un estrecho canal, entre la isla y el Vedrá. Era en los días buenos un río de agua azul, con peñascos submarinos que asomaban sobre la superficie sus cabezas negras. El gigante se dejaba abordar, sin perder por eso su aspecto imponente, duro y hostil.

El joven Echeverría residió algunos meses en la campaña en 1840, y la fama de sus versos sobre la pampa le había precedido ya; los gauchos lo rodeaban con respeto y afición, y cuando un recién venido mostraba señales de desdén hacia el cajetilla, alguno le insinuaba al oído: «Es poeta», y toda prevención hostil cesaba al oír este título privilegiado.