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Actualizado: 14 de mayo de 2025
Y como el perro no cesaba de gruñir de un modo hostil a la niña mendiga, Juanito le dijo: Esta tarde tu mal humor es insufrible, Fortuna; te he dicho que te calles. La niña, sin dejar sus dolorosos lamentos, se encaminó en dirección al puente. Juanito, Polonia y Fortuna la siguieron. A la derecha del camino había una rampa que conducía al cauce del barranco. Por allí bajaron todos.
El comisario de policía, que acababa de regresar de Fuerte Sarmiento, iba entre ellos, hablando á unos y á otros para que se retirasen. Al ver al marqués en la ventana le saludó quitándose el sombrero. Hombres y mujeres quedaron mirando al esposo de Elena fijamente, con una curiosidad hostil, pero nadie osó una demostración contra él.
Sobre lo desconcertado que ya estaba, aquella contestación y la actitud inquisitorial con visos de hostil en que se me presentaba acabaron de privarme de las escasas migajas de razón que aún retenía. Comencé a desbarrar de un modo lamentable.
Y por sobre todo esto, una suegra que le es hostil y le haría sentir duramente que se había presentado con las manos vacías. Sentí que una oleada de sangre me subía a la cara. Me ruborizaba, no por Marta ni por mí, pues yo era tan pobre como ella; me ruborizaba por él al oírle hablar así de su propia madre.
El mismo Delaberge, deteniendo de nuevo el paso, se preguntó si no iría también a hablarle... Simón le había visto ya, sus miradas se cruzaron y el impulso generoso del inspector general se vio cortado por la mirada hostil que el joven le había dirigido.
Resuenan en el ancho zaguán los golpes del Caballero. Ante la puerta hostil y cerrada se levanta, como un oleaje, el vocerío de la hueste mendicante y los viejos criados despedidos de la casona. ¡Abran a su padre! ¡Abran a su padre! ¡Derribad la puerta! ¡Mis verdaderos hijos sois vosotros! ¡Tengan caridad para su padre! ¡Caridad y respeto! ¡Caridad y respeto! ¡Eso lo da sólo el amor!
Cuando no acogía las palabras del Nacional con un silencio hostil y miradas de odio, intentaba zaherirle, mostrándose partidario del inmediato fusilamiento de todos los que propalan paparruchas entre el pueblo y son un peligro para las gentes de bien. El Nacional tenía diez años más que su maestro.
El romanticismo, el eclecticismo, el socialismo, todos aquellos diversos sistemas de ideas tenían acalorados adeptos, y el estudio de las teorías sociales se hacía a la sombra del despotismo más hostil a todo desenvolvimiento de ideas.
«¡Muy bien, príncipe!... Enamorado como un adolescente pasados los cuarenta. ¡Adelante con tus necedades, si eso te divierte!... ¿Qué dirían los otros enemigos de la mujer?» Pero él no quiso oir esta última protesta de una mitad de su persona, olvidada y hostil.
La crispada y hostil actitud, que aún conservaba, suscitábale nuevos impulsos de odio contra su víctima. Cuando comenzó a serenarse, dijo en voz alta, sentándose en el sillón: ¡No he menester de él, ni de nadie! Pocos días para Avila más tristes que aquel lunes, 17 de febrero de 1592. La ciudad despertó en una expectativa siniestra.
Palabra del Dia
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