United States or Indonesia ? Vote for the TOP Country of the Week !


La situación desairada en que esto le ponía, inflamaba más y más el orgullo de Santa Cruz, y ante el desdén no simulado, sino real y efectivo, que su mujer le mostraba, el pobre hombre padecía horriblemente, porque era para él muy triste, que a la víctima no le doliesen ya los golpes que recibía.

Cayó en el sueño como en un pozo, y su mujer pasó muy mala noche, atormentada por el desagradable recuerdo de lo que había visto y oído. Al día siguiente Santa Cruz estaba como avergonzado. Tenía conciencia vaga de los disparates que había hecho la noche anterior, y su amor propio padecía horriblemente con la idea de haber estado ridículo.

Pero no la amo, no la amo y no quiero nada de ella... Si esto continúa llegaré a odiarla dijo exasperándose de nuevo. Por otra parte, la haría desdichada, horriblemente desdichada; ¡vaya un porvenir! Al día siguiente de la boda estaría celosa y no tendría razón. Pero seis meses después la tendría y le sobraría. Y la plantaría en ese punto: sería implacable. Me conozco y estoy seguro de eso.

Las balas de cañón, de tan cerca disparadas, mutilaban horriblemente los cuerpos, y era frecuente ver rodar a alguno, arrancada a cercén la cabeza, cuando la violencia del proyectil no arrojaba la víctima al mar, entre cuyas ondas debía perderse casi sin dolor la última noción de la vida.

No es de extrañarse que la Inglaterra sea poderosa en los mares, puesto que, ya que lanza á sus hijos á morir ó vivir como proscritos en las soledades del Océano, les ofrece asilo para la vejez, cuando cansados de matar y llenos de cicatrices ó mutilados horriblemente, necesitan reposar la frente azotada durante muchos años por los huracanes y las trombas marinas.

Su rostro estaba horriblemente pálido, las órbitas de sus ojos se oscurecían, y en sus labios primero, luego en su pañuelo y por fin sobre el blanco cubrecama aparecieron unas gotas de sangre.

Señora venía usted a decirme, yo sigo tan enamorado de su hija Presentación como el primer día. A pesar de su desgracia la quiero con todo mi corazón, porque mi cariño no se cifraba en la hermosura del cuerpo, que es perecedera, sino en la del alma, que jamás muere. El violinista se puso horriblemente pálido.

Su linda cabeza colgaba horriblemente. Su boca entreabierta dejaba ver dos hileras de pequeños dientes apretados por las convulsiones de la agonía. Sus ojos, que una mano piadosa no había cerrado a tiempo, parecían mirar la muerte con espanto. El puñal estaba en medio de la pieza, en el sitio en que le Tas lo arrojara. La sangre lo había inundado todo.

Izquierdo no reparó que a su amigo le temblaba horriblemente el párpado, y que las carúnculas del cuello y los berrugones de la cara, inyectados y turgentes, parecían próximos a reventar.

A instancia de la presidencia relató de nuevo la escena en que el P. Gil arrojó de casa a su penitenta. A las pocas palabras ésta dio señales de agitación y se puso horriblemente pálida. ¡Falso, falso! gritó sin poder contenerse.