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Actualizado: 27 de junio de 2025
¿Y no oirán los piratas los tiros? Sin duda, Horn; y subirán en seguida río arriba; pero no vamos a dejar que nos devoren los cocodrilos por miedo a los piratas. Apenas podamos movernos, o, mejor dicho, apenas pueda moverse la embarcación, nos refugiaremos en los bosques y allí estaremos seguros. ¡Atención! ¡Ahí están los cocodrilos!
Algunos dicen que hay tigres; pero no es seguro. Sí; pero hay pitones, cocodrilos... No hay que temer. Regresemos, señor Cornelio: estamos lo menos a tres millas de donde salimos y podemos extraviarnos. ¿No tienes brújula? No; se la dejé al Capitán. Entonces, apresurémonos, Horn. Mi tío puede inquietarse.
Lu-Hang y Cornelio bajarán en ella y tratarán de mantenerla separada del buque. ¡Ayudadme, amigos! Reunieron sus fuerzas y arrastraron la chalupa hasta la popa, atando después a las anillas las cadenas de la grúa. ¡A la chalupa! gritó Horn. El joven chino y Cornelio embarcaron, y la chalupa fué botada al mar, dejando correr las cadenas por sus garruchas.
A veces las olas, saltando por encima de las bordas, inundaban la cubierta. El agua corría por toda ella y salía con fragor de catarata por los canalones de babor y estribor. El viejo Horn, aunque estaba solo sobre cubierta, afrontaba el huracán con serenidad admirable.
¿Y cómo harás para encontrar a nuestros compañeros? preguntó Horn. Sé dónde está el bosquecillo de nueces moscadas. He cazado allí palomas y aves del paraíso, hace una semana. Pero tienes las espaldas llagadas por las quemaduras. No importa; no me molestan mucho. Vamos, pues , dijo el piloto.
¡Imposible! contestó el Capitán, arrojándose fuera con el fusil en la mano. Horn y los tres jóvenes, muy alarmados, salieron también armados de sus fusiles. Los ladridos continuaban a intervalos regulares, pero sin acercarse. Es imposible que sean los papúes repitió el Capitán, que no apartaba la vista del bosque. ¿Por qué? le preguntó Cornelio. Porque nunca han tenido perros, ni aquí los hay.
Que apuntes bien, Hans dijo Cornelio . El tío y Horn están ya cerca de las rocas, y si podemos retardar el avance de los salvajes unos cuantos minutos, la caldera estará a salvo. ¡Guárdate de los palos volantes y de las hachas! No temas, Cornelio; mis balas no se pierden. ¡Fuego!
Señor dijo Van-Horn, acercándose al Capitán, que dirigía miradas feroces sobre los salvajes, esparcidos por la playa . Creo que nada tenemos ya que hacer en esta bahía. ¿Qué quieres decir, Horn? Que lo mejor sería desplegar velas y hacernos a la mar, antes de que los salvajes encuentren el medio de intentar el abordaje del junco. ¿Y pretendes que abandone a los chinos?
La fuente termal que constantemente brota en medio de la caverna defendía a las dos hermanas de los rigores del frío del invierno, y el leñador Daniel Horn, de Tiefenbach, había tenido la caridad de cerrar la entrada de la cueva con grandes montones de brezos y retamas. Al lado del caliente manantial se encuentra otro de agua fría como la nieve y límpida como el cristal.
Cornelio, que era más ágil, corría como un gamo, saltando por encima de las raíces y rompiendo con su cuchillo las lianas que se oponían a su paso, seguido de Horn, que hacía desesperados esfuerzos para no perderlo de vista; pero el babirussa, a pesar de la sangre que iba perdiendo, no paraba de correr.
Palabra del Dia
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