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Actualizado: 27 de julio de 2025
La chalupa, levantada por una ola monstruosa, fué lanzada hacia el canal. Desapareció un momento entre las espumas, y poco después pudo vérsela levantada sobre la cresta de una ola, que la empujaba hacia adelante. ¡Gobierna derecho, Horn! gritó el Capitán. Habían ya entrado en el canal del atol. Lo atravesaron con la rapidez de una bala y entraron en el pequeño mar interior del islote.
¿Pero por qué han huído los piratas, cuando ya nos tenían en sus manos? preguntó Hans. Por el lado del río ocurre algo grave dijo el Capitán . ¿No oís voces? Sí; parece que se está riñendo allí una batalla dijo Horn . ¿Habrán sido atacados los piratas? Pero ¿por quién? preguntó Hans.
¿Y no encontraremos en tierra tribus hostiles? La Nueva Guinea es grande, Cornelio, y no está muy poblada. No es probable que tropecemos con enemigos. ¿Se nos acercan, Horn? Creo que no respondió el piloto, que no perdía de vista las piraguas . Corren mucho; pero no nos ganan terreno por ahora. ¡Vosotros atended a las velas, y dejadme a mí el cuidado de dirigir la chalupa!
Hay otros de una especie parecida y de larga cola, pero que vuelan menos. ¿Y cómo hacen para volar? Batiendo las alas. ¿Monos con alas? Tú sueñas, Horn. No, señor Cornelio. No diré que sus alas sean iguales a las de los pájaros, eso no. Consisten en una especie de membrana que les sale de las patas anteriores, se junta con las posteriores y se prolonga hasta la cola.
¡A mí, Horn! gritó el Capitán . ¡A mí, Cornelio, Hans! ¡Salvemos a los hombres que están en las chalupas! Manejando los fusiles como mazas, se arrojaron sobre los salvajes, matando a unos cuantos de ellos y logrando contenerlos por algunos instantes; pero los salvajes volvían a arremeter, animándose con gritos feroces.
El Capitán sacó fuego con el eslabón y el pedernal y encendió una pajuela que se halló en el bolsillo. Reconoció la casa, y la encontró enteramente vacía y desierta. Mejor para nosotros dijo . Pasaremos aquí el resto de la noche, y dormiremos perfectamente. Retiraremos las escalas dijo Cornelio. Ya se lo he prevenido a Horn.
¿Y yo? exclamó Horn . Dejad que yo vaya en busca del agua, Capitán. Tengo sesenta años, y si me matan he vivido ya bastante. No, valiente Horn. Tú te quedarás aquí para cuidar de mis sobrinos. No estás tan ágil como en otro tiempo, y la bajada es difícil. Mis músculos están aún fuertes, y bajaré como un joven, Capitán. Si os mataran, ¿quién conduciría a vuestros sobrinos a su patria? Tú, Horn.
Una masa negra, otra, sin duda, se había destacado de un árbol de la orilla derecha, y había pasado a través del río con extrañas ondulaciones produciendo una leve corriente de aire, y desapareciendo entre las plantas de la orilla izquierda. ¿Lo has visto, Horn? preguntó Cornelio. Sí; y sé lo que es. ¿Un proyectil? No, señor Cornelio.
¡Gritad, gritad, que ya no nos pillaréis! decía Van-Horn mirando a los salvajes que iban perdiéndose en la distancia : os desafío a seguirnos basta el estrecho de Torres. Veo que ya no te dan miedo, viejo Horn le dijo Cornelio.
De vez en cuando, a través del espeso follaje se veían brillar acá y allá puntos luminosos, que tan pronto se dejaban ver como se ocultaban en la espesura; pero ni Cornelio ni el viejo Horn se inquietaban, pues sabían que aquellas lucecillas procedían de ciertas luciérnagas de la especie llamada lampiris, muy comunes en todas las islas de la Malasia, a las cuales las elegantes del país encierran en pomitos de vidrio para adornarse con ellas el pelo, clavándolas en alfileres de plata.
Palabra del Dia
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