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Actualizado: 27 de julio de 2025


Cornelio miró en la dirección que Horn le indicaba, y no pudo reprimir un grito de sorpresa. Quince o veinte aves se habían posado en una gruesa rama, y se peinaban al sol su plumaje ¡pero qué plumaje! Las tintas más espléndidas, los reflejos más brillantes y variados, todos los colores del prisma se confundían en aquellas plumas.

En un momento se apoderaron de dos de las más grandes, y las volvieron boca arriba para impedirles huir, mientras cogían otras; pero las demás se apresuraron a tirarse al agua, escondiéndose entre el limo y las plantas. Déjalas ir, Horn. Ya tenemos carne de sobra. Llamaron en su ayuda a Cornelio y al chino, y entre todos transportaron las dos tortugas a la orilla.

Lo , Horn; pero te repito que no es un fanal; de eso estoy seguro. ¡Calle! Veo otro punto luminoso más al Norte y que parece ir al encuentro del primero. Entonces son barcas de salvajes. Me lo temo. Mal encuentro, capitán. Si al alba nos descubren nos darán caza. ¿Serán australianos? preguntó Cornelio.

En él se veían algunas palabras escritas con el zumo de una planta. Leed, señor Cornelio le dijo, intregándole el pedazo de papel. El joven lo estiró, y leyó: "Prisioneros de los salvajes. Nos llevan hacia el Durga. Van-Stael." ¡Han sido sorprendidos y hechos prisioneros exclamó Horn ; ¿pero, por quiénes? ¿Por los papúes o por los arfakis? ¿Los harán esclavos, o se los comerán?... ¡Uri-Utanate!

Aunque ya no se oían los gritos de los arfakis, siguieron corriendo durante una hora, internándose cada vez más en la tenebrosa selva. Detuviéronse a descansar en medio de un matorral de plantas trepadoras. ¿Crees que nos seguirán tus enemigos? preguntó Horn al papú. Están amedrentados por las armas de fuego contestó el interpelado. ¿Y qué has hecho? ¿De dónde vienes? ¿Quién eres?

¡Qué desastre, si no hubiéramos tenido la precaución de llevarnos las municiones! dijo Van-Horn. Por fortuna nos quedan aún setecientos u ochocientos cartuchos, y teniendo armas no se muere uno de hambre en este país. Y sin chalupa, ¿cómo podremos volver nunca a nuestra isla? dijo Hans. ¿Y dónde nos encontramos ahora, Capitán? dijo Horn. ¿Qué nos importa estar en un punto o en otro?

; y si podemos llegar a él, no tendremos grandes dificultades para volver a nuestra patria. Ya sabéis que ese puerto es muy frecuentado por los pescadores de trépang malayos y chinos, y también por nuestros compatriotas que van allí a adquirir conchas de tortugas, nuez moscada y aves del paraíso disecadas. Es verdad, Horn. No había pensado en el puerto de Dory.

¡Huíd! gritó el Capitán a los chinos de una de las chalupas, que parecían estar medio aturdidos. En seguida se embarcó en la otra, seguido de Horn, Hans, Cornelio y un joven pescador, que había logrado abrirse paso hasta ellos a arponazos. Empuñaron los remos y se alejaron a toda prisa, protegidos por los disparos de los dos jóvenes.

Palabra del Dia

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