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Actualizado: 9 de julio de 2025


Detrás de Materne, Hexe-Baizel, con un largo escobón de retamas verdes en la mano, la cabeza erguida y vuelta de espaldas al borde de la peña, pareció llamar un momento la atención del oficial. A su vez, él era objeto de una curiosidad singular.

Como si el agotamiento que causaba el hambre no hubiera bastado a colmar la medida de tanta miseria, aquellos desgraciados no abrían la boca sino para acusarse y amenazarse mutuamente. ¡No me toquéis! gritaba Hexe-Baizel con voz desgarradora a los que la miraban ; ¡no me miréis, porque os muerdo!

Divès se había separado del convoy y avanzaba, cabalgando sobre un hermoso caballo. ¿Eres , Juan Claudio? , Marcos, yo soy. Allí tengo preparados varios miles de cartuchos. Hexe-Baizel trabaja noche y día. ¡Bien! ¡Bien! , amigo mío. Y Catalina Lefèvre, por su parte, trae víveres; ayer ha hecho matanza... Está bien, Marcos; tendremos necesidad de todo eso. La batalla se acerca.

Colocose un centinela delante de la caverna de Hexe-Baizel, donde se guardaban las provisiones; se hizo una barricada ante la puerta, y Juan Claudio ordenó que los repartos se hicieran en presencia de todos, con el fin de impedir las injusticias; pero semejantes precauciones no habían de preservar a aquellos desgraciados del hambre más horrible.

Hexe-Baizel se había vuelto rápidamente, como una comadreja sorprendida en acecho, sacudiendo la cabellera roja y lanzando chispas por los ojos; pero se tranquilizó en seguida y exclamó secamente, como si se hablara a misma: ¡Hullin... el almadreñero! ¿Qué se le habrá perdido por aquí? Vengo a ver a mi amigo Marcos, señora Hexe-Baizel respondió Juan Claudio ; tenemos que hablar de negocios.

Obedeció Hullin, y ambos se alejaron por la explanada sin despedirse de Hexe-Baizel, la cual, por su parte, no se atrevió siquiera a asomarse al umbral para verlos marchar. Cuando los dos amigos estuvieron en lo bajo del peñón, Marcos Divès, deteniéndose, dijo: vas a los pueblos de la sierra, ¿no es eso, Hullin?

Todo volvió a sumirse en el silencio, y los guerrilleros, reanimados un instante con la esperanza de una salvación próxima, cayeron de nuevo en la desesperación. Ha sido un sueño pensaban los desgraciados . Hexe-Baizel tiene razón; estamos condenados a morir de hambre. Mientras se sucedían estos hechos, iba la noche acercándose.

¡Pero eso es propio de las mujeres! exclamó el contrabandista . Hexe-Baizel lo hará tan bien como yo. ¡Cómo! ¿Yo no he de disparar un solo tiro? Tranquilízate, Marcos respondió Hullin riendo ; no te faltará ocasión de tirar cuanto quieras. En primer lugar, el Falkenstein es el centro de nuestra línea, nuestro depósito y nuestro punto de retirada en caso de contratiempo.

Los segundos se sucedían unos a otros con la lentitud de los siglos, cuando de repente Hexe-Baizel comenzó a decir con agria voz: ¡Está loca!

Los kaiserlicks son los amos... Han matado a Zimmer esta noche... Hexe-Baizel, ¿está arriba? respondió Brenn ; está haciendo cartuchos. Todavía pueden servir dijo Marcos . Tened mucho cuidado, y si alguno sube, hacedle fuego.

Palabra del Dia

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