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Actualizado: 9 de junio de 2025


Hexe-Baizel no tardó en traer la sopa, y los sitiados hicieron círculo alrededor de la cazuela humeante. Catalina Lefèvre salió del antiguo refugio a las siete de la mañana, cuando aún dormían Luisa y Hexe-Baizel. La claridad del día, la espléndida claridad de las altas regiones, iluminaba ya los abismos.

Pero es igual, Juan Claudio; saldremos bien de nuestra empresa, siempre que todo el mundo tome parte en ella. ¡Hexe-Baizel, enciende la linterna, porque voy a enseñar a Hullin las provisiones que tenemos de pólvora y plomo!

Como de lo que se trataba en primer lugar era de procurarse pólvora, Catalina Lefèvre había puesto naturalmente los ojos en Marcos Divès, el contrabandista, y en su virtuosa esposa Hexe-Baizel.

Todos los utensilios de cocina de Hexe-Baizel consistían en una olla de metal, un puchero de barro rojo, dos platos desportillados y tres o cuatro tenedores de estaño; todo su mobiliario, en un asiento de madera, una hacheta para partir la leña, una caja con sal colgada de la piedra y la gran escoba de retamas verdes.

Jerónimo, en pie detrás de Catalina, con las manos cruzadas sobre un garrote, casi tocaba el carcomido techo con su gorro de piel de nutria. Todos estaban tristes y desanimados. Hexe-Baizel, que levantaba de vez en cuando la tapadera de una olla, y el doctor Lorquin, que rascaba la cal de la pared con la punta de su sable, eran los únicos que conservaban su aspecto habitual.

Todo el que me puedas proporcionar. Puedo proporcionarte hoy municiones por valor de tres mil francos dijo el contrabandista. Las compro. Y dentro de ocho días dispondré de otras tantas añadió Marcos con la misma tranquila voz y la mirada atenta. También las compro. ¡, usted las compra exclamó Hexe-Baizel , usted las compra, no lo dudo!; pero ¿quién las paga?

¡Hola! ¡Buenos días, Hexe-Baizel! gritó Juan Claudio alegremente y en tono burlón ; usted siempre tan gruesa y oronda, alegre y satisfecha... ¡Así me gusta!

Un gran montón de estiércol se divisaba delante del umbral. En el mismo instante apareció Hexe-Baizel, arrojando, con una gran escoba de retamas verdes, el estiércol al abismo.

Hullin estaba, pues, seguro del contrabandista, pero le infundía alguna sospecha la señora Hexe-Baizel, mujer demasiado circunspecta y que quizás no se inclinase del lado de la guerra. «En fin se decía Juan Claudio mientras caminaba , ahora veremosEl almadreñero encendió la pipa, y de vez en cuando se volvía para contemplar el inmenso paisaje, cuyos límites se ensanchaban cada momento más.

En el mismo momento oyose un vago rumor; parecía que los muertos resucitaban; luego resonó una carcajada seca: era Hexe-Baizel, que se había vuelto loca de sufrimiento. Más tarde, Catalina exclamó: Hullin... Hullin... ¿Quién ha hablado?

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