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La rubia señora de Hermany, más bella, más misteriosa y más perversa que nunca, vio que el señor de Lerne buscaba a alguien en la multitud y, mirándole fijamente, le dijo breveniente: «Segunda puerta ala izquierda. En el invernáculo, bajo del tercer palmero a la derecha, y decid después que no soy buena...» Jacobo saludó gravemente, y siguió la indicación.

Bajó a los Campos Elíseos, mascando un cigarro apagado, viéndolo todo color de fuego. Veinte minutos después entraba al Círculo y encontrábase allí con algunos de los convidados de la mañana; entre otros a los señores de Monthélin y Hermany. Encerrose con ellos en un saloncito reservado.

Pero, ¿es un buen hijo? dijo tímidamente Juana. Ciertamente, es un buen hijo; en cuanto a esto, , es un buen hijo, no hay duda. Y, decidme, queridita, ¿estaréis libre mañana? Es mi miércoles... ¿Queréis venir a comer con nosotros? Os encontraréis con vuestra amiga la señora de Hermany. Con mucho gusto... Creo que el señor de Maurescamp no tiene ningún compromiso.

Por esa época, madama de Maurescamp se ligó con una estrecha amistad con madama de Hermany, dos años mayor que ella. La amistad es la tendencia natural de una mujer honesta, que quiere seguir siéndolo, y que siente el vacío de su corazón.

Por la noche tenían su conciliábulo antes de acostarse, y pasaban en revista burlesca a todos los pretendientes del día: llamaban ellas a eso la matanza de los inocentes, y algunas veces, la cacería de las antorchas. La señora Hermany era en esta ejecución nocturna, verdaderamente feroz.

Era lástima que sus brazos y hombros quedasen al descubierto en su deslumbrante desnudez; la severidad de su actitud sufría una alteración. Pero no podía hacerlo de otro modo. En la mesa fue colocada a la izquierda de Jacobo, que tenía a su derecha a la señora de Hermany.

¿Por qué? dijo Juana , yo no tengo la pretensión de reformar el mundo... lo único que os pido es que no me habléis nunca de vuestros amores ni de los míos. Sobre todo lo demás, nos entenderemos perfectamente... Nuestra amistad será para un gran recurso, y creo que la mía podrá seros útil. La señora de Hermany la estrechó apasionadamente contra su pecho, y besándola: Gracias le dijo.

Tenía invitados para el principio de la estación de la caza, a un gran número de amigos, entre otros a los señores de Monthélin, Hermany, de la Jardye y Saville, con los cuales la señora de Maurescamp llenaba perfectamente bien los deberes de castellana, con gracia y aun con alegría.

Habíase casado con su primo Hermany, joven de un físico agradable, pero, con la costumbre y los vicios de un truhán. Se repetía que no solamente había continuado su vida de soltero sino que se la había hecho participar a su mujer, ya sea por una especie de malignidad perversa, bastante a la moda, ya simplemente por ignorancia.

De todos modos, soy bien miserable al deciros tales cosas; siempre hay tiempo para aprender. ¿Por qué me lo decís? preguntó Juana, que durante aquel extraño discurso había recobrado alguna calma. ¿Acaso lo yo? dijo la señora de Hermany . ¡Ah! ¡gracias a Dios ya llueve!