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Actualizado: 12 de mayo de 2025
No, no tendría valor ni hoy ni mañana, ni nunca, ¿para qué engañarse a sí mismo? Mata el que se ciega, el que aborrece, él no estaba ciego, no aborrecía, estaba triste hasta la muerte, ahogándose entre lágrimas heladas; sentía la herida, comprendía todo lo ingrata que era ella, pero no la aborrecía, no quería, no podría matarla.
Se ven otros dos, mas pequeños, cerca de Cololo: las aguas de todos ellos son muy heladas y enteramente desprovistas de pescado. Temperatura y clima.
La culpa la tienes tú añadió severamente doña Lupe, en la puerta , porque te pones a jugar con ella, le ríes las gracias, y ya ves. Cuando quieres que te respete, no puede ser. Es muy mal criada. La tía y el sobrino hablaron un instante. «¿También vendrás tarde esta noche? Mira que las noches están muy frías. Estas heladas son crueles. Tú no estás para valentías». No, si no siento nada.
Su clima se asemeja al de la Riviera, sin los inconvenientes que allí se observan de tempestades violentas heladas o extremado calor.
¡Si sabrá una! ¡Si una hubiera querido! Y suspiró esta señorita de Ozores. Suspiró su hermana también. Ana que descansaba, vestida, sobre su pobre lecho, saltó de él a las primeras palabras de aquella conversación. Pálida como una muerta, con dos lágrimas heladas en los párpados, con las manos flacas en cruz, oyó todo el diálogo de sus tías.
En la costa meridional del Estrecho hay un cabo y una bahía grande: se puede anclar en esta á lo mas al O, cerca de una pequeña isla de figura redonda, detras de la cual hay una rada en que se está á cubierto del O: es muy profunda y se nombra Bahía Mauricio. Extiéndese al SE con varios brazos; en sus inmediaciones hay algunas de agua dulce, que por lo regular están heladas en todos tiempos. Los indios de esta parte son muy bravos, y sus armas se reducen á unas robustas mazas, y flechas, que disparan con grande ligereza y acierto: abunda de árboles, y en la partida del E los hay
Después de besar repetidas veces las heladas mejillas de la pobre niña, dieron por terminada su piadosa obra. Allá, en lo más hondo de la casa, sonaban gemidos de hombres y mujeres.
Acostumbrada ella a estudiarle la cara, para ver cómo andaba de salud, y el tal semblante era un libro en que la buena señora había aprendido más Medicina que Farmacia su sobrino en los textos impresos. «Me parece que tú no andas bien... le dijo . Cuando entré te sentí toser... Estas heladas...
¡Ah! dijo Francisca estremeciéndose. Nos deja usted heladas... Si eso es el amor no le quiero. ¡Qué hermoso es el amor! murmuró la Roubinet. Muy hermoso replicó la abuela, pero muy peligroso para cabezas jóvenes. No para la mía objetó Francisca triunfante. ¿Quién sabe?... exhaló Genoveva en un aliento apenas perceptible.
Al retroceder una vez más le faltó pie y se hundió en las aguas del Garona. Con una exclamación general de sorpresa precipitáronse todos en auxilio de Tránter, que había desaparecido por completo en las profundas y heladas aguas del río. Dos veces apareció sobre ellas su angustiado rostro y en vano procuró asir los cintos, espadas y ramas que sus compañeros le tendían.
Palabra del Dia
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