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A medida que el cazador avanzaba, aumentaba el número de rebaños; y no eran solamente rebaños de ganado los que huían, unos mugiendo, otros berreando, sino también bandadas de ocas que se extendían hasta perderse de vista, gritando, graznando, arrastrando sus buches a lo largo del camino, con las alas abiertas y las patas medio heladas; ¡daba pena verlas!

Luego bailaron un vals y un rigodón. Mientras duró éste, Emilio no había cesado de hablarle al oído. Toda la noche la había estado sirviendo lo mismo que un criado, presentándole él mismo las fuentes de confites y frutas heladas. Una vez, al darle una de éstas, le había apretado los dedos; bien lo había visto. ¡Esto era una indecencia! Irenita quería suicidarse.

Miraba D. Álvaro al cielo por la ventana y decía que estaba diáfano y estrellado; pues en seguida se suponía que estaba helando, y se lamentaba grandemente la reunión, porque las heladas iban á secar toda la siembra. Pasaba un muchacho cantando por delante de casa; pues no faltaba uno que exclamase: «¡, canta, canta, que lo que es este año vamos á tener tiempo para llorar

- que la esperaba, mi Sr. Es verdad. Yo no falto. Gracias a Dios, me voy defendiendo, que no es flojo milagro con estas heladas y este pícaro viento Norte, capaz de encajarle una pulmonía al caballo de la Plaza Mayor. Y , Pulido, ten cuidado. ¿Por qué no te vas adentro? Yo soy de bronce, Sr. D. Carlos, y a ni la muerte me quiere.

Por lo demás, la pobre niña no gozará esta misma paz tan ponderada. Que la unión de dos corazones inertes y de dos imaginaciones heladas engendre el reposo de la nada, lo concedo; pero la unión de la vida y de la muerte no puede sostenerse sin una violencia horrible y sin perpetuas amarguras.

Aun cerca de las cascadas, conservan tenazmente su forma masas de nieve convertidas en hielo y rociadas continuamente por el salto del agua. Parece que se niegan á fundirse. Se ve con frecuencia delante de la movible catarata del torrente una especie de pantalla formada por una catarata solidificada, la de las nieves heladas que detuvieron el curso del torrente durante el invierno.

Sin embargo, por uno de esos caprichos inexplicables de las jóvenes, Esperancita mostrábase más afectuosa y deferente con Maldonado, contra su costumbre. Y los tres ofrecían un espectáculo curioso y divertido. Los criados circulaban con bandejas llenas de sorbetes, jarabes, confites y frutas heladas. Ramón llamó a uno para ofrecer a Esperanza ciertas yemas a las cuales sabía que era aficionada.