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Actualizado: 3 de junio de 2025
Me daba gusto contemplar aquel trabajo de hadas bienhechoras. Mi tío, sofocado por la tos, despertaba algunas veces de su letargo, abría los ojos, clavaba en nosotros su mirada entorpecida y voraz, y volvía a cerrarlos enseguida para caer de nuevo en su modorra.
Así y todo, por la condición de mis comensales, aunque relativamente escasos, y por lo que me obligaba la mía, era de necesidad echar el resto en la casona; y nadie creería a no verlo, como yo lo vi, la suma de desvelos y sudores que llegó a representar aquel trabajo; lo que se revolvió en la casa y en el lugar; las gentes que fueron puestas en movimiento; las leguas de camino que se trillaron por buenos andadores, y las horas robadas al sueño y al descanso más de una noche; y a pesar de ello y de las «guisanderas» a jornal que ayudaron a las mujeres de casa en lo más duro y comprometido de la faena, sabe Dios lo que hubiera resultado a la hora crítica y solemne, sin la vigilancia continua y la previsión y diligencia admirables de mis dos hadas bienhechoras... y la hermana de Neluco.
Un cuarto de hora después, bajan al templo de la danza esplendorosas, radiantes, cubiertas de seda, de gasas y de flores, todo a costa del Estado, y más brillantes que los ángeles, las hadas y las huríes de nuestros sueños. Los ministros y los príncipes les besan las manos y se manchan sus irreprochables trajes negros con el albayalde que ellas llevan en los brazos.
Por fin suenan las doce de la noche y cambia la decoración como en los cuentos de hadas. La Cenicienta sube con su hermana mayor, o con su madre, hacia las económicas cumbres de Batignolles o de Montmartre. ¡La pobre cojea un poquito! El lodo inmundo salpica sus medias grises.
Aconséjanle las hadas protectoras que se encamine á la ciudad de Creta, porque en ella recibirá una dicha sorprendente é inesperada. Las obedece, y gana pronto con su afabilidad las simpatías de una dama distinguida que la prohija. En la última escena, Eismena, en la flor de sus años, hereda, por muerte de su madre adoptiva, una fortuna considerable, y es solicitada por muchos pretendientes.
Donna Olimpia fue la que más agradó y sorprendió por su porte majestuoso, y más aún por la nítida blancura de su tez y por el áureo fulgor de sus cabellos rubios, prendas muy raras en aquella tierra. Así es que la consideraron y ponderaron como si fuese criatura sobrehumana y hasta la propia Parabanú, emperatriz de las hadas.
Se recitan a sus oídos madrigales nuevos y viejos que sólo a veces comprenden. Algunas suelen tener talento natural y da gusto hablar con ellas. Estas no duran allí mucho tiempo. Un campanillazo indiscreto llama a las hadas al teatro; la muchedumbre de abonados las acompaña la entrada del escenario, las retiene y entretiene detrás de los bastidores móviles.
Y después llega un día en que el hijo de uno de esos campesinos se enamora de esas grandes ruinas y se indigna al verlas profanadas de ese modo; a toda prisa arroja el ganado fuera del patio de honor, y viniendo en su ayuda las hadas, por sí solo reedifica la monumental escalera, vuelve a poner tableros en las paredes y vidrieras en los ventanajes, reconstruye las torres, vuelve a dorar la sala del trono y pone en pie el extenso palacio de otros tiempos, donde encontraron hospedaje papas y emperatrices.
De esta manera, la multitud de tesoros que dieron los bosques y las montañas para Tomasín, fue incalculable. Circundado de juguetes tales como jamás los tuvo niño alguno en el país de las hadas, es de esperar que Tomasín viviese satisfecho.
Si el respeto que a usted debo no anudase mí lengua replicó doña Inés , me atrevería a decir que está usted loco de atar. ¿Cómo defender el escándalo, la campanada que ha dado esa chica, transformada de repente en princesa, como en los cuentos de hadas? Tiene chiste el que le haya dado a usted la levita. Ya se la cobrará con usura.
Palabra del Dia
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