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Actualizado: 20 de junio de 2025
El médico vagaba desorientado por el puerto de Barcelona... Demasiado ruido, demasiado movimiento. Marchaba al lado de Ulises orgullosamente, haciéndole relatar las aventuras de sus años de marino vagabundo y cosmopolita.
Flora con la cabeza baja también y el rostro ceñudo enredaba con su delantal haciéndole pliegues. Al cabo de largo rato, sin levantar los ojos y conmovido, habló el mancebo de este modo: Bien lo veo, Flora; bien lo veo hace tiempo. Para ti yo no soy nada; soy menos que una castaña pilonga ó que una cereza negra.
Y hablaba de la criatura que había de nacer con tanta seguridad como si la viese, detallando sus prendas físicas: cómo tenía el pelo y cómo los ojos; en qué se parecía a la madre y qué iba a sacar del padre. Maltrana escuchaba con mal disimulada impaciencia la charla de la vieja. Las contrariedades de su vida, cada vez mayores, irritaban su carácter, haciéndole insufrible el parloteo de la bruja.
Iré a tomar ejemplo. ¿A que no va? ¿A que sí? Pues allí me tendrá, haciéndole la competencia a Estupiñá... Verá usted, verá usted... cada día más. ¡Cada día! ¿Pero no se va usted mañana? Es verdad, no me acordaba... Bueno, pues no me iré. Eso no; le conviene a usted marcharse, y allí seguirá haciendo su noviciado. Allá no vale. ¿Cómo que no vale?
Arrepintióse al mismo tiempo, al ver los medrosos aspavientos del tío Frasquito, de haberle confiado en parte su secreto, y resolvió asegurar su silencio haciéndole creer que le alcanzaba a él también la inminencia del peligro.
Cuando despertó, fue de golpe, con un estremecimiento nervioso que le conmovió de los pies a la cabeza, haciéndole saltar del sofá como a impulsos de un resorte.
Velázquez, lleno de condescendencia, le prometía no abandonarlo, hacerle un hombre. Al fin concluyó haciéndole un elogio caluroso de su hermana. En media hora no se detuvo. Todo lo ensalzaba, todo lo hallaba admirable, los cabellos de ébano y la franqueza y lealtad del carácter, su corazón tierno y sus pies diminutos.
Pero ¿qué daño irreparable era este que tan profundamente la afligía? ¿Cómo su locura, que sólo le perjudicaba á él, haciéndole objeto de comentarios y risas, podía desesperarla de tal modo?... Le interrumpió Alicia con un gesto desalentado, como si considerase imposible hacerle comprender sus pensamientos. Mira dijo señalando la puerta de la iglesia . Antes, podía entrar ahí.
La imagen de Castro había pasado por su memoria, haciéndole mirar á su acompañante con una tolerancia fraternal. Yo comprendo muchas cosas. No soy hombre de armas, como usted, y sin embargo, una vez sentí deseos de batirme. Ahora me río cuando lo pienso; pero, en iguales circunstancias, volvería á hacer lo mismo... ¡El poder de las mujeres! ¡Cómo nos transforman!...
¡Es posible! decía con los ojos fijos sobre una robusta joven que, mezclada con la curiosa muchedumbre, había abierto un momento su capa de seda negra, haciéndole un signo expresivo . ¡Blasillo, Blasillo aquí!
Palabra del Dia
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