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Le hablé de las teorías de Barey, el célebre cuidador inglés, según el cual una palabra colérica aumenta el pulso de un caballo en diez pulsaciones por minuto. Luego, ya por mi cuenta, le dije que para correr sus caballos debe elegir un «jockey» que tenga voz de tenor, porque las vibraciones de este timbre son un estímulo mayor para los animales que la voz baritonal. No se dió cuenta del titeo.

En aquel instante sentí ruido de pasos y entró Inés. ¡Dios mío, qué guapa estaba, pero qué guapa! No recuerdo si en el libro anterior hablé a ustedes de la soltura, de la elegancia, de la armoniosa proporcionalidad que el completo desarrollo había dado a su bella figura.

Me pesa en el alma de que mi padre sea así; de que hable con irreverencia y burla de las cosas más serias; pero no incumbe a un hijo respetuoso el ir más allá de lo que voy en reprimir sus desahogos un tanto volterianos. Los llamo un tanto volterianos, porque no acierto a calificarlos bien. En el fondo, mi padre es buen católico y esto me consuela.

Así pasaron al comedor llevando á Flora en el medio. Una vez allí, se dibujó en los labios del ama de gobierno una sonrisa maliciosa y profirió dirigiéndose á Flora: Siéntese, señorita; siéntese frente á su padre. Flora se dejó caer en sus brazos ruborizada. ¡Oh, por Dios, no me hable usted así! Señorita y aldeana. Nolo había tenido tiempo á meditar su resolución.

Os confieso que sólo conozco cuatro personas dignas de que yo les tienda la mano, de que yo las hable palabras de verdad, de que yo las ame, de que yo me sacrifique por ellas.

El tumulto de que poco antes hablé, continuaba más reciamente, y algunas personas atravesaron a toda prisa la plazuela. Entre éstas vi un hombre, un caballero que azorado y con miedo corría, volviendo la vista atrás, deteniéndose a cada dos pasos, y vacilando luego sobre qué dirección tomaría.

Y él ¿dónde estaba? Conmigo. ¿Conocía usted a la muerta? Nunca hablé con ella. ¿Hoy la vio usted? No. ¿Sabía usted que hacía años que vivía con su amigo, que le amaba, que se amaban? Al prolongar el juez esta pregunta, en la cual hacía especial hincapié a fin de leer en el ánimo de la nihilista, no quitaba los ojos de los de ésta. Pero la joven contestó, impasible: .

-Par Dios, señora -dijo Sancho-, que ese escrúpulo viene con parto derecho; pero dígale vuesa merced que hable claro, o como quisiere, que yo conozco que dice verdad: que si yo fuera discreto, días ha que había de haber dejado a mi amo.

Eran las ocho de la noche y entraban los primeros concurrentes. No me hable usted de la juventud, señor don Ramón, la juventud del día no sirve para nada decía a mi tío un caballero flaco, de cuarenta años largos, con una fisonomía garabateada por la barba y las arrugas del cutis. Tiene razón, doctor, los jóvenes no sirven para nada.

Hablé de los cuadros de la galería, de las grandes emociones que debían recordar al capitán y del interés respetuoso que sentía al contemplar al héroe de aquellas gloriosas páginas. Entré también en detalles y cité, con cierto calor, dos ó tres combates en que el brik L'Aimable me había parecido realizar verdaderos prodigios.