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Actualizado: 29 de noviembre de 2025
En cuanto a tu vejez, a tu obscuridad y a tu pobreza, me enamoran más, bien lo sabes, que la juventud, la brillantez y la riqueza en cualquiera otro. Si algo vale mi cariño, baña en él tu alma y te sentirás remozado. ¿No me hablas a veces de la dulce luz de mis ojos? Pues ilumina con esa luz tu obscuridad. ¿No afirmas que mi cariño es un tesoro?
10 Entonces, llegándose los discípulos, le dijeron: ¿Por qué les hablas por parábolas? 11 Y él respondiendo, les dijo: Porque a vosotros es concedido saber los misterios del Reino de los cielos; mas a ellos no es concedido. 12 Porque a cualquiera que tiene, se le dará, y tendrá en abundancia; pero al que no tiene, aun lo que tiene le será quitado.
Es más la necia y constante amenaza me ha hecho perder la paciencia, y yo misma, para acabar de una vez, he emplazado, citado y llamado a singular combate al enemigo, que me tiene ya frita y harta de oír sus bravatas y provocaciones. No te entiendo, explícate bien. ¿De qué bravatas hablas? ¿Quién es el enemigo que te provoca?
Gracias á tu fuga de aquella noche podemos ser amigos, amigos eternos, hermanos si quieres; pero ¿por qué me hablas de amor?... Eso no es de nuestra edad. Ya pasó. ¿Qué ves en mí ahora que no tuviese de joven? Veo tu desgracia. La voz del príncipe sonó grave y profundamente sincera al decir esto.
¡Ah! ¿Conque no quieres? ¿Conque te niegas a darme ese gusto? Entonces, grandísimo gorrino, embustero, ¿por qué no hablas claro? Es decir que yo te estoy aguantando, viejo sucio, te estoy siendo fiel como si fueses el chico más guapo de Madrid, y cuando se trata de complacerme en una cosa insignificante te llamas andana. ¡Ay, que tío!
Parece que fue ayer cuando empezaron nuestros paseos.... No, hace miles de años que te conozco. ¡Porque hay una relación tan grande entre lo que tú sientes y lo que yo siento!... Has dicho ahora mil disparates, y yo, que conozco algo de la verdad acerca del mundo y de la religión, me he sentido conmovido y entusiasmado al oírte. Se me antoja que hablas dentro de mí.
El idioma une los iberoamericanos a nosotros; pero otras cosas, positivamente más fuertes, los atraen hacia países de hablas muy distintas. En un viaje reciente, a bordo de un transatlántico, tuve la fortuna de coincidir con una ilustre compañía de actores españoles. Yo venía algo mareado.
Lucía, tú hablas con suma ligereza. Tus razones tienen no sé qué fondo de impiedad. Me da miedo. Mi madre no se engañaba. El trato, la conversación con tu tío debe de ser muy peligrosa. No disparates, Clara. Á mi tío no se le ha ocurrido jamás darme lecciones de impiedad. Si lo que yo sostengo es poco piadoso, la culpa es completamente mía. Seré yo la que está endiablada.
El otro levantó la mirada, y respondió con su voz reposada y tranquila: ¡Buenach nochech, cheñor L'Ambert! ¡Hablas, luego vives! dijo éste. Chiertamente que vivo. ¡Miserable!... ¿qué has hecho de mi nariz? Y, mientras se expresaba de este modo, habíale agarrado por el cuello, y lo sacudía bruscamente.
Sin duda tienes algo muy grande que pedirme; sin duda me necesitas para mucho, cuando así me hablas; ¿qué quieres? Creo que nos entendemos. Ahora voy á decirte lo que quiero. Si puedo, si está en mi mano... Oye; tú conoces á una mujer á quien yo conozco también. Yo quiero que esa mujer sea feliz. ¡La reina! ¿Qué me importa la reina? ya la he salvado hoy. ¿Conque era verdad?
Palabra del Dia
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