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Actualizado: 28 de mayo de 2025
Era el enemigo natural de D. Saturnino Bermúdez en materia de monumentos históricos y ornato público. Todo lo quería alineado. Soñaba con las calles de Nueva York que nunca había visto y si le sacaban este argumento: «Pero la nobleza se opone por su propia esencia a esas igualdades». Así lo hace América, que nos lleva una gran ventaja».
Pero Edwin se había inclinado sobre él, tomándole con sus dedos, y lo elevó hasta el mismo bolsillo donde estaba oculta Popito. Al hacer este movimiento cayeron de su pecho muchas flechas que habían quedado medio clavadas en el paño de la chaqueta.
Se explicaba, en efecto, de este modo y muy sencillamente, el tuteo y la familiaridad entre el médico y la nieta del Marmitón; pero lejos de oponerse, ¿no ayudaba esto a lo otro que yo sospechaba? Apunté, como en chanza, unas indagaciones en este sentido. Igual que si hubiera dado con los nudillos en una peña del monte. Hasta dudé si Neluco se había enterado de ellas.
Mientras así hablaban, Ester había estado observando fijamente al anciano médico, y se quedó sorprendida á la vez que espantada, al notar el cambio que en él se había operado en los últimos siete años; no porque hubiera envejecido, pues aunque eran visibles las huellas de la edad, parecía retener aun su vigor y antigua viveza de espíritu; pero aquel aspecto de hombre intelectual y estudioso, tranquilo y apacible, que era lo que ella mejor recordaba, había desaparecido por completo, reemplazándole una expresión ansiosa, escudriñadora, casi feroz, aunque reservada.
Abrió un vargueño, en cuyos cajoncillos guardaba papeles y alhajas de gran valor que habían ido á sus manos en garantía de préstamos usurarios: algunas no eran todavía suyas; otras, sí. Un rato estuvo abriendo estuches, y á la tía Roma, que jamás había visto cosa semejante, se le encandilaban los ojos de pez con los resplandores que de las cajas salían.
No había mar en el globo en el cual no hubiese navegado alguna vez, ni clase de buque que no conociera, desde el cachemerin al trasatlántico. De joven había hecho el cabotaje entre el archipiélago de Luzón y las Molucas. El sultán de allá era gran amigote suyo, y le invitaba, como muestra de afecto, a que escogiese entre sus sesenta mujeres amarillas y hocicudas. ¿Para qué?
Y, leyéndola alto, como Sancho se lo había rogado, vio que decía desta manera: Tu falsa promesa y mi cierta desventura me llevan a parte donde antes volverán a tus oídos las nuevas de mi muerte que las razones de mis quejas.
Pero ¿cómo Poldy, que era pobre y desvalida también, había de irse con su hermano y serle constantemente gravosa? Esto no era posible. A Poldy además le dolía en el alma tener que abandonar aquellos lugares, tan llenos para ella, de dulces y misteriosos recuerdos.
La del infeliz condestable de Castilla estaba escoltada por cuatro caballeros santiaguistas envueltos en el manto de la orden, que parecían velar a su Gran Maestre, enterrado sin cabeza en la caja de piedra orlada de góticos junquillos. Gabriel recordaba lo que había oído contar a su padre de la estatua yacente de don Álvaro.
Desde las nueve de la mañana no había probado cosa ninguna, y el cansancio del camino, los esfuerzos mentales y la gran fatiga moral de aquella noche le habían rendido hasta el punto de que no podía tenerse. Subió con los demás, sin fuerzas para emprender á aquella hora el viaje á casa de su tío. La comitiva, guiada por el poeta clásico, se internó en la escalera.
Palabra del Dia
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