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Actualizado: 28 de julio de 2025


D. Alvaro volvió de Milán de mediado el mes de septiembre y trajo 18 banderas de españoles, tan pobres de gente, que no pasaban de 800 ó 900 soldados, y tres de tudescos, en que había otros 800, sin otra que se hizo después, y 16 banderas de italianos, en que había hasta 3.000, muchos dellos franceses y gascones.

Decidido a hablar con Juan Pablo, fue a verle una mañana al café de Madrid, donde tenía un rato de tertulia antes de entrar en la oficina, pues al fin ¡miseria humana!, hubo de aceptar la credencialeja de doce mil que le había dado Villalonga, por recomendación del mismo Feijoo.

No más ayunos, no más sermones, no más caras foscas, ni escándalos a diario; no había quien siguiera los pasos, espiara los gestos, pescara las palabras, fiscalizara los actos.

Pero más que todo esto contribuyó á debilitar su cariño, ó, por mejor decir, á que no prendiese jamás en su corazón, como había prendido en el del joven, la disparidad de genio y educación. Soledad era inclinada por naturaleza y nacimiento á las formas rudas, al lenguaje brutal y desvergonzado, no desprovisto de gracia, de la plebe andaluza.

Don Mateo, buscando medio de substituir a la orquesta, había dado con un arpista y un violín italianos, y los subvencionó, de su bolsillo particular, para que tocasen.

Yo los casaré. ¿Por lo pronto, le tenemos ya dentro de palacio? Fray Luis ahogó en su garganta un rugido que se revolvió sordo, poderoso en su pecho. La última pregunta de la reina le había aterrado.

Hablaba con un acento entre vascongado y andaluz, intercalando palabras filipinas; tipo de marino a la antigua, conocía muy bien su derrota, pero en lo demás estaba poco enterado. Le gustaba la ciudad y la vida social. Había estudiado en Vergara y sabía tres cosas no muy frecuentes entre los marinos mercantes: sabía latín, sabía bailar y sabía hacer versos.

Tendréis en vuestra casa. Puede ser. Pues vamos. Montiño se dirigió á la portería del señor Machuca y encontró en ella al soldado á quien había mandado guardar el cofre consabido, durmiendo y con la cabeza sobre el cofre. ¡Eh! ¡holgazán! ¡despierta! dijo el cocinero mayor dándole con el pie ; señor Machuca, hacedme la merced de llamar dos mozos y que lleven eso á mi aposento.

Pues mía es». Luego me llamó, y tomando entre sus manos mi cabeza, me dijo dulcemente: «Muñeca: desde ahora yo soy tu padre; ¡yo soy tu papá!» «Papá le llamo desde entonces; desde entonces me llama «muñeca». Algunas veces me dice «Linilla», como mis padres me decían. Angelina había terminado el ramillete, un ramillete de violetas, y me le acercó para que aspirara yo el suave aroma de las flores.

¡Y en la iznorancia! concluía, ahuecando la voz, el ilustrado Cerojo, que en su vida había gastado media peseta en libros que no fueran «rayados, para cuentas».

Palabra del Dia

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