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A Soplillo sería de parecer que se le diese un vestido a su medida de terciopelo, otro de gorguerán y otro de tafetán, ocho camisas y la demás ropa blanca de la persona ajustada a este respeto, pero todo a su medida y que con lo que certificase el escribano de Cámara, que unido todo esto en dinero, lo pueda librar el guardarropa.

Sor Natividad, que era mujer de mucho entendimiento y estaba acostumbrada a los pueriles entusiasmos de su compañera, no hizo más que sonreír con bondad. Hubiera dicho a Sor Facunda: «qué tonta es usted, hija»; pero no le dijo nada; y sacando un manojo de llaves se fue hacia el guardarropa. «¿Pero en dónde está esa locapreguntó después.

Pasó el día en un acceso de fiebre registrando su guardarropa; al anochecer, salió del brazo de Miranda; llevaba un traje que hasta entonces no había usado por ligero y veraniego en demasía, una túnica de gasa blanca sembrada de claveles de todos colores; pendía de su cintura el espejillo; en sus orejas brillaban los solitarios, y detrás del rodete, con española gracia, ostentaba un haz de claveles.

En sus últimos tiempos, del 70 en adelante, vestía con cierta originalidad, no precisamente por miseria, pues los de Santa Cruz cuidaban de que nada le faltase, sino por espíritu de tradición, y por repugnancia a introducir novedades en su guardarropa.

Cuando se hizo el asiento con Bat.e Jovenardi, se ajustó con él que se le había de dar un vestido de precio de 100 ducados, paréceme que se le debía guardar su asiento, no siendo V. Magd. servido de mandar otra cosa. Los vestidos de los barberos y de Diego Velázquez se podrían reducir a 80 ducados, y los de los mozos de la guardarropa a 70 ducados.

El duque trabajaba también en la parte menos delicada de los preparativos, en la erección del estrado para la orquesta, que hizo colocar adosado a la pared medianera de los dos grandes salones de baile contiguos, rodeándolo de plantas y arbustos, en el arreglo del guardarropa, en la colocación de alfombras, en la traslación de muebles, etc.

Cuando quedó instalado en el último piso del palacio, lo mismo que el maestro ruso, y el general hubo escogido para él varias prendas en su abundante guardarropa, Toledo creyó cumplidos todos los ensueños que se había forjado mientras corría París como tenaz comisionista de mil cosas invendibles.

Era preciso ocultar esto a la vigilancia fiscal de D. Francisco que en todo se metía, que interpelaba hasta por un carrete de algodón no presupuesto en su plan de gastos. Rosalía se desvelaba pensando en los embustes que habían de servirle de descargo en caso de sorpresa. ¿Con qué patrañas explicaría el crecimiento grande de la riqueza y variedad de su guardarropa?

La salvaje soledad de las alturas contrastaba con la riqueza de la capilla del Ochavo, llena de reliquias en vasos de oro y arquillas de esmalte y marfil; con la magnificencia del Tesoro, que amontona las perlas y las esmeraldas con tanta profusión como si fuesen guijarros; con la elegante abundancia del guardarropa, lleno de telas sobre las cuales reproducía el bordado todos los matices de la pintura.

Lo mismo podía decir de los trajes. Hacía dos años que su guardarropa ignoraba las renovaciones, antes tan frecuentes. Somos pobres repitió con jocosa solemnidad . Además, nos gusta el juego, y, como todos los jugadores, perdemos miles de francos y economizamos en las pequeñas cosas que alegran la existencia. Aguardaba una ganancia enorme y definitiva para ocuparse de su embellecimiento personal.