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Actualizado: 12 de mayo de 2025
Guardaron todos silencio y caminaron hacia el sitio en que habían dejado el coche. Don Germán manifestó su resolución de volverse al Escorial. Todos ellos se brindaron a acompañarle, particularmente Tristán, pero opuso una enérgica negativa a sus instancias. Tampoco aceptó el coche de Escudero que hablaba de añadir otros dos caballos a los que llevaban.
Cuando su padre volvió las espaldas y estaba un poco lejos, dejó repentinamente aquella postura, y agitando frente a él los puños con frenesí, exclamó con voz sofocada a fin de que no le oyese: ¡En mi cara mando yo! Todos guardaron silencio, incluso doña Martina, ante la cólera del alférez. Sólo Eulalia se atrevió a decir solemnemente: Eso, Enrique, está muy mal hecho: papá tiene razón...
Era tal el poder del linaje humano cuando poseía esta lengua, que pretendió escalar el cielo, y lo hubiera indudablemente conseguido, si el cielo no hubiese dispuesto que la lengua primitiva se olvidase. Sólo tres sabios bien intencionados, de los cuales han muerto ya dos, guardaron en la memoria aquel idioma.
Todas las mujeres del pueblo, sin exceptuar las que eran comadres suyas, irían contra ella porque estaba al servicio de la marquesa. A la misma hora del anochecer entró Watson en el pueblo. Después del terrible suceso de la mañana había tenido que preocuparse del cadáver de Pirovani, acompañando á los padrinos de éste y al médico. Primeramente lo guardaron en un rancho ruinoso cercano al río.
Calculando por leguas, aunque es medida menos exacta y más variable, y atribuyendo a cada grado veinte leguas de longitud, aún tenían que andar tres mil y seiscientas leguas para llegar a Lisboa en línea recta y sin ningún tropiezo. Para no asustar a la gente de a bordo, Morsamor y Fréitas se guardaron bien de comunicarles el resultado de sus cálculos.
¡Vaya si lo es! replicó Miguel, posando su mano sobre la de ella y dándole un cariñoso apretón. La chica no se movió: ambos guardaron silencio unos instantes. ¿Vamos a jugar un poco a las prendas? dijo una de las jóvenes así que Juanito hubo terminado su repertorio. Comenzó el juego de prendas.
Y le narró con sencillez y concisión su vida desdichada en los últimos tiempos y el suceso increíble que había dado origen a la separación. Elena volvió a besarla con transporte y alzando los ojos al cielo exclamó: ¡Oh, Dios! Los malos merecemos ser desgraciados, pero los buenos ¿por qué también lo son? Ambas guardaron silencio. ¿Le amas todavía? preguntole dulcemente al oído.
Sería más rico que tú, más rico que todos los millonarios del mundo... Y no soy mas que un mendigo bien trajeado. ¡Ira de Dios! ¿Por qué no guardaron mis abuelos sus tierras, en vez de dedicarse á servir al rey ó al pueblo? ¿Por qué no hicieron lo que cualquier patán que conserva religiosamente lo que le entregaron sus antecesores?...
Guardaron silencio unos instantes: él, dudoso del éxito de su empresa; ella, turbada, deseosa de sustraerse al influjo violento de aquel hijo que, para sojuzgarla mejor, acababa de decirla: «no soy sino sacerdote.» ¿Vamos a la botica? se atrevió por fin a preguntar la madre. Espere Vd.; no quiero que nos separemos así.
No obstante, en breve se persuadió la nación de que el caso era serio, de que no sólo la raza Real, sino la monarquía misma, iban a andar en tela de juicio, y entonces cada quisque se dio a alborotar por su lado. Sólo guardaron reserva y silencio relativo aquellos que al cabo de los siete años habían de llevarse el gato al agua.
Palabra del Dia
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