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Actualizado: 31 de octubre de 2025


Volvió la espalda y se puso a hablar con otras damas. En aquel momento el conde de Onís salió del gabinete y vino a saludarla. Le tendió la mano con afectuosa sonrisa. Ella le entregó la suya de un modo glacial, separando rápidamente la mirada. Sin embargo, pudo advertirse alrededor de sus ojos un círculo pálido que denunciaba la emoción.

Aquel clérigo, arreglador de conciencias, que se creía médico de corazones dañados de amor, era quizás la persona más inepta para el oficio a que se dedicaba, a causa de su propia virtud, estéril y glacial, condición negativa que, si le apartaba del peligro, cerraba sus ojos a la realidad del alma humana.

Pero Julieta era más difícil de someter de lo que a su padre se le había figurado hasta entonces. Bajo aquella capa de glacial desdén, se ocultaron siempre un corazón fogoso y una voluntad de hierro. Sólo había faltado a estos elementos, para dejarse sentir en toda su fuerza poderosa, algo que los estimulara. Este estímulo le tenía ya en Arturo, en su recuerdo gratísimo.

Cuando hubo cerrado la carta, salió del jardín de invierno con paso algo inseguro por lo movedizo del suelo. Abrió una puerta de gran espesor, semejante a un portón de muralla, y tuvo que llevarse una mano a la gorra al mismo tiempo que le envolvía una tromba glacial. Se vio en uno de los paseos del buque.

Cuando llegó esta amonestación, ya Lucía había hecho por instinto lo que el Padre Urtazu le aconsejaba. Humilde y mansa como una cordera, sus miradas pedían a cada paso perdón. Miranda apartaba de ella los ojos, tratándola con desdén glacial.

Un viento glacial soplaba en la desierta extensión de la altiplanicie. Los últimos arrieros que acababan de bajar de la Puna declaraban el paso inaccesible para los que vinieran detrás de ellos. Rosalindo seguía adelante.

Salvador notó que la dama se agarraba más fuertemente a su brazo. Al sentir los puntiagudos dedos de esqueleto y el roce de los viejos tafetanes del vestido, así como el de las pieles impregnadas de olor de sepulcro, sintió que era una verdad aquel frío glacial de que la dama hablaba. Hace mucho frío, señora. Y las calles están muy solitarias.

Ni la índole de la petición, ni las formas con que fuera hecha, eran asuntos que pudiesen complacer a Beatriz. Mi marido respondió aquélla con glacial desdén jamás me consulta acerca de los modelos de mi agrado... Nunca hablamos de cosas que se refieren a su profesión. ¡Ah!... ¿según parece... la señora de Fabrice nos niega su apoyo... en este particular?

La duquesa la recibió con grandes muestras de consideración y una cordialidad tanto más notable, cuanto más contrastaba con la reserva glacial que con la maestra había usado; la tomó de la mano y la presentó al obispo. María no sabía qué pensar.

Con particular interés se leerán los sainetes en que las pesadas tragedias, á la manera francesa, con su glacial retórica, sus afectos convencionales y sus sucesos sangrientos por frívolos motivos, se ponen en ridículo en ingeniosas parodias. Tales son El marido sofocado, El muñuelo, La Zara y Manolo.

Palabra del Dia

vengado

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