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Actualizado: 15 de junio de 2025


Ya bien entrado el día creyó que era un deber suyo dar parte á su padre de lo que le acontecía, y tomó la pluma para escribir una larga carta. Pero una vez puesta á ello sólo pudo escribir lo siguiente: «Padre de mi alma: Mi lealtad y la reina me han obligado á casarme; pero al casarme no he hecho un sacrificio. Soy feliz. Mi marido se llama don Juan Téllez Girón.

No os conozco dijo la duquesa y, sin embargo, vestís como noble y lleváis hábito, lo que nada prueba, porque hoy se da á todo el mundo una encomienda. Me llamo don Juan Téllez Girón, señora. ¿Sois pariente de don Pedro? Soy su hijo... ¡Su hijo!... No conozco ningún hijo del duque que se llame Juan. Soy su hijo bastardo... ¡Ah! ya decía yo...

Don Juan estaba lisa y llanamente sentado junto al brasero y con el sombrero puesto. Como el señor en su casa. Los criados miraban á don Juan con asombro. Amigos míos dijo doña Clara , anoche, mientras vosotros dormíais, apadrinada por sus majestades, me casé con este caballero... con don Juan Téllez Girón, que siendo mi esposo y mi señor, es vuestro amo.

Leedme, leedme esa carta, padre Aliaga, y veamos esa historia. El padre Aliaga leyó la carta de la cruz á la fecha. Esa carta es una buena historia dijo el rey ; pero en esa historia faltan los nombres de los padres; nada hacemos con eso. Los padres, señor, son, según dice Francisco Montiño, el duque de Osuna. ¡Oh! ¡mi altivo Girón! ¿y ella?

Su mujer se había fugado con un nuevo amante, robándole su dinero ahorrado en tantos años, los dos mil doblones que había contenido el cofre de hierro que había traído de Navalcarnero Francisco Martínez Montiño, donde había hallado las pruebas de su nacimiento don Juan Téllez Girón, que éste le había cedido generosamente, y los dos mil ducados que le había legado Dorotea, como precio horrible de su envenenamiento.

Otro papel, era una cédula de gracia del hábito de Santiago desde su nacimiento, dada por el rey don Felipe II, por los grandes servicios del duque de Osuna, para su hijo natural don Juan Girón, de cuya gracia podía gozar desde su nacimiento. El último papel era una carta del duque para su hijo. El contexto de aquella carta era solemne.

En su casa, en su cama, y orando junto á su cama el bueno del inquisidor general. ¿Y qué más queréis, don Francisco? Quiero real licencia para que partan cuando quieran á Napóles don Juan Téllez Girón, capitán de la guardia española del rey, con su esposa doña Clara Soldevilla, dama de honor de su majestad la reina. Pediré la licencia á su majestad.

Pero, ¿quién es vuestro padre? El excelentísimo señor don Pedro Téllez Girón, duque de Osuna, marqués de Peñafiel, conde de Ureña, virrey de Nápoles, y capitán general de los ejércitos de su majestad dijo con amargura el joven. ¿Y os pesa de ello, don Juan? dijo Quevedo cambiando de tono. Pésame por mi madre. ¿Sabéis quién es vuestra madre? No; ¿y vos? Tampoco contestó prudentemente Quevedo.

Entonces, y sólo entonces, la conoció don Pedro Girón. Conocerla y codiciarla, fué cosa de un momento. Codiciarla y poner los medios para obtenerla, fué subsiguiente. Pero el terrible duque de Osuna encontró una barrera insuperable á sus deseos, en las costumbres, en el candor, en la pureza de doña Juana.

Aquél es el Conde de Alba de Liste, con el Marqués de Tabara y el Conde de Puñonrostro. Y tras ellos, el Duque de Nochera, Héctor napolitano y gobernador hoy de Aragón. En ese coche que se sigue viene el Conde de Coruña, Mendoza y Hurtado de las Nueve Musas, honra de los consonantes castellanos, en compañía del Conde de la Puebla de Montalbán, Pacheco y Girón.

Palabra del Dia

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