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Actualizado: 11 de junio de 2025
Pero aunque Gillespie hacía esfuerzos por enterarse de la disertación, inclinaba al mismo tiempo su cabeza del lado de los amantes, deseoso de oir su diálogo. La voz de la invisible Popito, algo desfigurada por el aparato microfónico, evocó en su memoria el recuerdo de la voz dulce y graciosa de miss Margaret.
Gillespie se sintió inquieto al darse cuenta de que el universitario no había llegado aún, á pesar de las promesas hechas el día anterior. ¡Profesor Flimnap! gritó varias veces. La muchedumbre pretendió imitar su voz, lanzando varios rugidos acompañados de risas. El bondadoso traductor permanecía invisible.
Le confieso que nuestro parecido me causó un asombro igual al que usted muestra ahora. Gillespie, que después de su primera extrañeza empezaba á sentirse algo ofendido por el hecho de que este animalejo humano se atreviese á parecerse á él, dijo con brusquedad: ¿Quién es usted?... ¿Cómo se llama?...
La señora Gillespie, mamá de todos ellos, estaba más bella que nunca, con ese esplendor de verano hermoso que proporciona la maternidad y un aterciopelamiento azucarado de fruto en plena sazón. Pero de pronto su fantasía optimista se estremeció, dando un salto atrás. Acababa de ver á alguien que había olvidado.
Para que mistress Augusta Haynes se decidiese á llamar al ingeniero Gillespie pretendiente que nunca había sido de su gusto era preciso que la hija estuviera en verdadero peligro de muerte. ¡Y él que se hallaba al otro lado del mundo, separado por una navegación de varias semanas!...
Después siguió adelante por el promontorio, metiéndose tierra adentro. La noche había cerrado ya completamente, y Gillespie tuvo que desistir á la media hora de continuar esta marcha sin rumbo determinado. No se veía una luz ni el menor vestigio de habitación humana. Tampoco llegó á descubrir la existencia de animales bajo la maleza, en la que se hundía á veces hasta la cintura.
Calló un momento para reflexionar, y luego dijo con orgullo: Antes éramos nosotros los que nos asombrábamos al recibir la visita de un Hombre-Montaña. Ahora son los Hombres-Montañas los que deben asombrarse al visitar nuestro país. Hemos hecho triunfar revoluciones que ellos seguramente no han intentado aún en su tierra. Gillespie sintió desviada su curiosidad por estas palabras del profesor.
La avalancha de visitantes se había fraccionado para tomar los cuatro caminos en espiral arrollados á las patas de la mesa. Gillespie vió surgir por los escotillones á muchos servidores suyos, hombres y mujeres, que se colocaron en uno de los lados de la planicie de madera, esperando órdenes.
Terminaron los sacudimientos al quedar atrás la línea de rocas submarinas, y un mar de azul obscuro y profundo se extendió sin límites ante la proa del bote. Entramos en el mundo de los Hombres Montañas gritó alegremente Gillespie. Después de estas palabras se hizo inmediatamente la noche, y Edwin sintió de golpe toda la fatiga de los esfuerzos que llevaba realizados.
Estos buques, mientras Gillespie levantaba sus anclas y saqueaba los almacenes, habían embarcado una parte de sus tripulaciones que se hallaban en tierra con permiso, saliendo del puerto para combatirle, por creer sus capitanes que fuera de él podrían maniobrar mejor contra el barco gigantesco.
Palabra del Dia
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