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Actualizado: 11 de mayo de 2025


Gillespie comprendió los deseos de Ra-Ra al ver en una terraza interior, separada de la fachada por los profundos huecos de dos patios, á una mujer con gorro universitario que agitaba los brazos, sorprendida y alegre. No pudo reconocerla porque le faltaba su lente de aumento, pero estaba casi seguro de que era Popito. Diviértanse mucho dijo el gigante.

Una semana después, al bajar por la mañana al parque del hotel, vió á Margaret jugando al tennis con un gentleman de pantalón blanco, brazos arremangados y camisa de cuello abierto: el ingeniero Gillespie. Miss Haynes, que había hecho el viaje malhumorada y nerviosa, sonreía ahora como si viese revolotear escuadrillas de ángeles por encima de los naranjos californianos.

Su vestidura estaba compuesta de túnica y velo, como la de todos los hombres que no eran esclavos. Gillespie pensó inmediatamente que tal vez era Ra-Ra ó Popito, aunque sin decidirse por ninguno de los dos, pues se sentía desorientado por la inversión de sus trajes.

Del fondo de la máquina voladora partió, silbando, un hilo plateado, que, después de dar varias vueltas en el aire como una serpiente delgadísima, se metió por la cabeza de Gillespie, no parando hasta sus hombros. El ingeniero se sintió cogido lo mismo que las reses de las praderas americanas á las que echan el lazo.

Aprovechó la ocasión Gillespie para preguntar algo que le traía preocupado desde que supo la gran victoria de las mujeres. ¿Cómo habían conseguido las vencedoras, dedicadas la mayor parte del tiempo á los asuntos públicos, emanciparse de la servidumbre de la maternidad?

Aquella travesía resultaba peligrosa; reinaba á bordo una continua vigilancia por miedo á los submarinos y á las minas flotantes; pero Gillespie tenía entonces como inseparables compañeros la alegría de una juventud ansiosa de aventuras y el entusiasmo del que va á exponer su vida por un ideal generoso.

Contamos, además, con varones respetables y de gran talento que organizan silenciosamente las fuerzas de una rebelión futura. Gillespie quedó asombrado por estas revelaciones. Comprendo, amigo Ra-Ra, que le busquen con tanto ahinco las señoras del Consejo secreto. Resulta usted más terrible de lo que parece con su túnica y sus velos de mujer.

Por el frente de la Galería gozaba á todas horas de un hermoso espectáculo. Los organizadores de su existencia habían echado abajo la vidriera que servía de fachada, convirtiéndola en una puerta siempre abierta. Gillespie admiró en las horas de sol la blanca arquitectura de la capital, á la que podía llegar con sólo varios saltos, y durante la noche sus espléndidas iluminaciones.

Hemos tocado con la proa una mina flotante dijo contestando á las preguntas de Gillespie . Y si no es una mina, será un torpedo abandonado por alguno de los corsarios alemanes que navegaron en el Pacífico.

Paro, á pesar de su gimnástica esbeltez de efebos vigorosos, la blusa muy ceñida al talle por el cinturón de la espada y los pantalones estrechamente ajustados delataban las suaves curvas de su sexo. Iban armados con lanzas, arcos y espadas, lo que hizo que Gillespie se formase una triste idea de los progresos de este país, que tanto parecían enorgullecer á la profesora de inglés.

Palabra del Dia

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