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Actualizado: 11 de junio de 2025
Gillespie, mientras tanto, había levantado el brazo que servía de refugio á los dos amantes. Al ver Popito que el cortejo universitario había abandonado ya la planicie de la mesa, se dirigió hacia uno de los escotillones, despidiéndose antes de Ra-Ra con varios besos. Volveré dijo apresuradamente, ahora que conozco tu escondrijo.
Gillespie seguía inmóvil, sin hacer ningún gesto de dolor, considerando inútil la exteriorización de su pena, pues contaba con un «otro yo» ocupado en derramar sus propias lágrimas. A la caída de la tarde, un fuerte deseo de actividad hizo salir á Edwin de esta inercia. Un gentleman debe al cadáver de la mujer amada algo más que una dolorosa contemplación.
Gillespie, cansado de permanecer derecho, con la cachiporra en una mano, junto á la puerta de la Galería, había vuelto á ocupar su asiento ante la mesa, pero sin perder de vista la abertura de entrada. Al ver á Flimnap echó mano instintivamente al tronco enorme que le servía de bastón. ¡Soy yo, gentleman! gritó el profesor con voz temblona.
Tiemblo por usted y tiemblo por mí. Gillespie no necesitaba oir al profesor para darse cuenta de la gravedad de su acto. Pero renacía su cólera al acordarse de los pinchazos de aquellos pigmeos, y creía sentir aún el dolor en sus piernas. ¿Por qué no lo habían dejado dormir en paz?...
Además, yo he demostrado al Padre de los Maestros que es mucho más cómodo subir en su litera hasta lo alto de esta mesa, donde podrá conversar con el Gentleman-Montaña horas enteras. También resulta mejor para usted que obligarle á permanecer encogido en un patio, sin atreverse á hacer el más leve movimiento por miedo á irrogar perjuicios costosos. Gillespie aceptó con gusto la visita.
Otra máquina de uso misterioso para los más de los presentes hizo su entrada en el patio después que desapareció el cronómetro de oro. Más de treinta cargadores sostenían el revólver extraído de un bolsillo de Gillespie. Se notó cierta emoción en la tribuna del gobierno. Los señores del Consejo Ejecutivo no pudieron contener su sorpresa en el primer instante.
Después del primer aturdimiento de la sorpresa, los ojos, acostumbrados á la obscuridad, empezaron á ver débilmente, gracias á la penumbra que llegaba de las habitaciones inmediatas. Además, el ligero movimiento de una de las piernas de Gillespie dejó filtrar un rayo de luz, y esto sirvió para que toda la concurrencia reconociese cuál era el origen de la catástrofe.
Podían apreciar ahora la grandeza del Hombre-Montaña mejor que cuando le veían tendido en el suelo. Los tripulantes de las máquinas voladoras se unieron á esta ovación haciendo evolucionar sus quiméricas bestias en torno del rostro de Gillespie.
Y en el comedor, cada vez más solitario, pues los pasajeros abandonaban ya las mesas, Gillespie dejó intactos todos los platos que le presentó el camarero. Ha muerto, ha muerto indudablemente. Cuando vió entrar al encargado de la telegrafía sin hilos del paquebote, mirando á un lado y á otro, con un pequeño sobre en una mano, Edwin se incorporó para atraer su atención.
Popito saltó entre los negros matorrales de la cabellera, buscando un lugar á propósito para sentarse. Agárrese con fuerza á un mechón dijo Gillespie . No tema hacerme daño. Todo lo que venga de usted es para mí una caricia. Después de estas palabras galantes, añadió: Viajará usted un poco sacudida, pero la primera parte de nuestra expedición conviene que sea rápida.
Palabra del Dia
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