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Actualizado: 12 de junio de 2025


Era suya cada una de sus actitudes y de sus gestos, era suya la humildad llena de gracia con que rezaba, era suya la cara que se apoyaba sobre las manos juntas, cuando el sacerdote levantaba el cáliz y todo el mundo caía de rodillas.

Y todos estos dolores, todos estos anhelos, estos suspiros, estos sollozos, estos gestos de resignación van formando en los sombríos pueblos, sin agua, sin árboles, sin fácil acceso, un ambiente de postración, de fatiga ingénita, de renunciamiento heredado a la vida fuerte, batalladora y fecunda.

Ojeda experimentó al examinar al maestro Eichelberger la misma sensación que ante su esposa. Vio algo que había sido, y al no ser, guardaba en su ruina los muertos esplendores del pasado. Los gestos, las palabras, todo en su persona era de un hombre superior al medio en que vivía actualmente.

Hoy, mientras enterraban al infeliz Pirovani, no pensaba en otra cosa. «Es preciso que vea á Robledo. El me dirá lo que debo creer de todo esto...» Pero aún no te he dicho que «todo esto» es lo que noto en torno de desde ayer, las miradas de la gente, los gestos de antipatía, las palabrotas que creo adivinar y que después me resisto á haber adivinado... ¡Ay! ¡Es tan horrible todo eso!

Los constructores de la escollera le ordenaron, valiéndose de gestos, que suspendiese el trabajo de acarrear grandes piedras. Los obreros que las acoplaban se habían marchado, y el universitario que traducía las órdenes no apareció en todo el día.

Clementina, que a todos los conocía, gozaba en adivinarlos a las pocas palabras. Raimundo, que había asistido con frecuencia a las tribunas del Congreso, les había cogido bastante bien, a casi todos, el acento, la acción y los gestos. Particularmente imitando a Jiménez Arbós, a quien trataba por verle en casa de Osorio, estaba graciosísimo.

El argentino quiso reir, como si dudase de la posibilidad de su muerte, acogiendo tales palabras con gestos alegres... Pero desistió de su fingido regocijo al ver que el contratista continuaba hablando con voz grave.

No se apuró mucho, sin embargo: mientras el ministro leía, habíase ido incorporando poco a poco, haciendo mohínes de espanto y gestos de protesta, y de repente, con la agilidad de una gata cazadora que se lanza sobre el incauto ratoncillo, arrancó de manos del ministro la peligrosa carta y la arrojó al fuego... El papel se enroscó un segundo entre las llamas, quedando al momento convertido en cenizas.

Ojeda creyó adivinar en la faz triste de Mina un sinnúmero de miserias inconfesables. Se imaginaba la vuelta del teatro de estos dos seres que ya no podía entenderse: ella resignada, con mudos gestos de desesperación; él embrutecido por la amargura del fracaso.

Hombres famosos en Europa por su elegancia y sus locuras, han caído a mis pies y los he tratado como chiquillos. Me han envidiado y odiado las damas más célebres, copiando mis trajes y mis gestos.

Palabra del Dia

consolándole

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