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Actualizado: 12 de mayo de 2025


La marquesa hizo otro ademán indicando que podía hablar, y la niña de Rojas dijo con expresión agresiva: ¿No tiene usted bastante con todos esos hombres á los que trae locos?... ¿Todavía necesita robar los que pertenecen á otras mujeres? La respuesta de Elena fué mirarla de pies á cabeza. Pretendía confundirla con sus gestos de superioridad.

El unitario tipo marcha derecho, la cabeza alta; no da vuelta, aunque sienta desplomarse un edificio; habla con arrogancia; completa la frase con gestos desdeñosos y ademanes concluyentes; tiene ideas fijas, invariables, y a la víspera de una batalla se ocupará todavía de discutir en toda forma un reglamento o de establecer una nueva formalidad legal, porque las fórmulas legales son el culto exterior que rinde a sus ídolos, la Constitución, las garantías individuales.

Créanlo ustedes decía el amante de doña Camila el hombre nace naturalmente malo, y la mujer lo mismo. Otros negaban la verosimilitud del hecho cuando menos. «Si ponen ustedes eso en un libro nadie lo creerá». Ana fue objeto de curiosidad general. Querían verla, desmenuzar sus gestos, sus movimientos para ver si se le conocía en algo.

La madre adoptiva analizaba sus menores palabras y sus menores gestos... Carlos parecía tranquilo y contento... Pero evitaba el mirarla... Además, ¿por qué iba a Argicourt?... La visita de cumplimiento por su próxima partida y, sobre todo, la presencia de Eva, bastaban para explicar... Evidentemente, no había para qué alarmarse...

Contemplaba amorosamente a Margalida, y si volvía la vista era para mirar altivamente a los amigos, que le contestaban con gestos de lástima. Al dar una vuelta, estuvo próximo a caer; al dar un gran salto, sus rodillas se doblaron.

Hombres y mujeres, jóvenes y ancianos, se empujaban y caían al suelo en todas las actitudes y gestos del pavor, del asombro, de la desesperación.

Otras veces era él quien hablaba, pero brevemente, apoyando sus palabras con gestos afirmativos. Hubo un momento en que pretendió coger las manos de ella, pero Elena se echó atrás con una retracción que denotaba al mismo tiempo repugnancia y altivez.

Eran esclavos todos ellos, gente innoble y de mala catadura. Muchos habían sido perseguidos por la policía y habitado los establecimientos penitenciarios. Además, todos ignoraban el idioma del gigante, y éste tenía que hacerse respetar empleando gestos amenazadores.

Al ver á la de más edad con el rostro libre de velos, no sufrió ninguna decepción. Su enemiga tal vez habría perturbado en otro tiempo la tranquilidad de los hombres, pero ahora podía continuar impunemente sus gestos hostiles y alojadores: el capitán no pensaba entristecerse por ello. Debía estar más allá de los cuarenta años.

Los más insignificantes gestos de su esposo, las inflexiones de su voz, todo lo observaba con disimulo, sonriendo cuando más atenta estaba, escondiendo con mil zalamerías su vigilancia, como los naturalistas esconden y disimulan el lente con que examinan el trabajo de las abejas. Sabía hacer preguntas capciosas, verdaderas trampas cubiertas de follaje. ¡Pero bueno era el otro para dejarse coger!

Palabra del Dia

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