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Actualizado: 26 de mayo de 2025
¡Corre! dice, lanzando un grito de alegría salvaje. Pero Gertrudis permanece inmóvil. Paralizada por el espanto, lo mira fijamente. Con un salto de tigre, el joven se abalanza sobre ella, la toma en sus brazos, la aprieta contra él; ella cierra los ojos, respirando con dificultad.
David, el viejo criado, observa sus juegos con gran atención, por la claraboya del granero, donde ha establecido su residencia; rasca su cabeza gris, y murmura entre dientes toda clase de cosas incomprensibles. Gertrudis lo ve un día y se lo muestra a Juan. Habrá que hacer una broma a ese viejo cazurro murmura la joven.
Voy a establecer mi cuartel general en el hotel de la Corona; si queréis beber, venid con nosotros. Gertrudis y Juan cambian una rápida ojeada de inteligencia; después dan las gracias, de común acuerdo. Entonces, adiós, hijos míos; y divertíos mucho. Y se aleja. Jamás lo he visto tan contento dice Gertrudis riendo.
Gertrudis inclina un poco la cabeza y, alzando los ojos hacia él, murmura: ¿Sabes lo que siento? ¿Qué cosa? ¡Me parece que me llevas al cielo! Y cuando termina esa danza: Ven ligero, salgamos dice; no quiero tener que bailar con otro. Le aprieta fuertemente la mano, mientras él se abre paso por entre la multitud.
¡Ha pasado por la prueba! responde Gertrudis lanzándose a su cuello. ¿Qué prueba? Si te lo digo vas a reñirnos; prefiero callarme. Martín interroga con una mirada a su hermano. ¡Oh, nada! dice éste con tímida sonrisa. Era una broma... Nos bombardeábamos. Está bien, hijos míos, bombardeaos; dice Martín, que continúa fumando en silencio.
Era notable la abundancia de nombres españoles, tan queridos en los países alemanes, tales como María, Isabel, Luisa, Mariana, Gertrúdis y Francisca. En solo un pequeño espacio contamos mas de 15 Marías, lo que nos indicó la poética predileccion particular por la Vírgen. Es que la religion tiene sus sexos como las almas que la alimentan.
El pobre peón estaba muy malito: ¡á ver si lo sacaba adelante!... Ella le había tomado ley después de tenerlo varios años en su casa. Y al lamentarse, había tal expresión de frío egoísmo en sus ojos, que el doctor la atajó brutalmente: Sobre todo, lo que usted más siente, tía Gertrudis, es perder un real diario si muere. ¡Ay, don Luis, hijo! Semos probes y cada vez hay más casas de peones.
Entonces, Gertrudis le pertenece en cuerpo y alma, a él solo; lo siente en el temblor de su brazo, que, con ternura y como a escondidas, aprieta con fuerza al suyo; lo adivina en el brillo húmedo de sus ojos, que se alzan furtivamente hacia su rostro. Al cabo de un momento, dice ella un poco contrariada. Oye, es preciso ver qué hace Martín. Sí responde él apresuradamente.
Nadie se atreverá á sostener que sus comedias religiosas no son muy inferiores: en su Santa Gertrudis, San Vicente Ferrer y otras, encontramos todos los extravíos y aberraciones sin cuento de las obras anteriores de esta especie de la época de Lope de Vega, sin ninguna de sus bellezas, no explicándose que un hombre de talento como él, y que había leído á Calderón, tuviese una idea tan grosera y material de lo que es la religión.
Está persuadido de que en su vida ha visto tanta gracia. ¡Qué encanto en la actitud de esa joven cuñada medio tendida! Las palabras de su hermano le vuelven a la memoria: «¿Me habría sido posible no amarla?» No sé, pero hoy siento ganas de charlar dice Gertrudis con sonrisa confiada; y coloca más cómodamente su cabeza. ¿Y tú, estás dispuesto a escuchar?
Palabra del Dia
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