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Actualizado: 12 de noviembre de 2025


Vámonos cuando quieras... Mi cuarto es una cuadra comparado con éste; pero considera que allí entran los perros, los gatos, el jardinero con los zapatos sucios, el cochero con el olor de la cuadra y en fin todo bicho viviente... No es mía la culpa...

En el número de sus vehemencias, que solían ser pasajeras, contábase una que quizás no sea tan recomendable como aquella de socorrer a los menesterosos, y consistía en rodearse de perros y gatos, poniendo en estos animales un afecto que al mismo amor se parecía.

Por el año de 1772 los habitantes de esta, hoy prácticamente republicana, ciudad de los Reyes, se hallaban poseídos del más profundo pánico. ¿Quien era el guapo que después de las diez de la noche asomaba las narices por esas calles? Una carrera de gatos o ratones en el techo bastaba para producir en una casa soponcios femeniles, alarmas masculinas y barullópolis mayúsculo.

Los gatos dejan muchos pelos en la ropa exclamó la zagala dando un cariñoso empujón á su amiga que por poco le hace caer de espaldas. ¡Vaya, que antes ya le pasarías la mano sobre el lomo!... ¡Pobrecito! ¡pobrecito menino! ¡Fu! ¡fu! ¡Zape! gritaba la niña emprendiéndola á pellizcos con la burlona y retorciéndose de risa. Sin embargo, al cabo quedó seria.

De cuando en cuando, rebuznaba un jumento, gruñían puercos, mayaban gatos, cuyas voces, de diferentes sonidos, se aumentaban con el silencio de la noche, todo lo cual tuvo el enamorado caballero a mal agüero; pero, con todo esto, dijo a Sancho: -Sancho, hijo, guía al palacio de Dulcinea: quizá podrá ser que la hallemos despierta.

Con las cosas bonitas que cuenta me entretiene, y casi no me acuerdo de que no hay en casa más que dos onzas de chocolate, media docena de dátiles, y algunos mendrugos de pan... Si has de traerme algo, sea lo primero para estos pobres gatos aburridos, que desde el amanecer no me dejan vivir. Parece que me hablan, y dicen: «Pero ¿qué es de nuestra buena Nina, que no viene con nuestra cordillita?».

Aumentaba esta angustia haber ya faltado los gatos, ratones, culebras y otros animalejos inmundos con que solian templarla, y se comieron hasta los zapatos y otros cueros.

Viven pegados a las enaguas de las beatas, como los gatos... Mira: yo, cuando salgo de decir misa, como ahora, y llego a casa, nunca dejo de soltarles media docena de... Pero , si estás agraviado, puedes llegar sin inconveniente a la docena. Una carcajada brutal, semejante a un rugido, sacudió su pecho vigoroso al pronunciar estas palabras. Sus ojos brillaron con franca, cordial alegría.

Alejo era un joven bastante feo, hijo de honrados padres, chico de estudio, de sanas y muy honestas costumbres, pobre de solemnidad, y bueno como una manzana. Vivía encajonado en su buhardilla, y desde allí contemplaba los gorriones que iban á pararse en la chimenea y los gatos que retozaban por el tejado.

Yo me había hecho íntimo de Chomin Zelayeta. Chomin era muy hábil y muy pacienzudo. Llegó a domesticar un gavilán pequeño, y el pájaro, cuando se hizo grande, reñía con todos los gatos de la vecindad. Los días de tormenta se ocultaba en algún agujero obscuro, y no salía hasta que pasaba.

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