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Actualizado: 15 de junio de 2025


Paso, señor mío le interrumpí yo: ¿conque es bueno, que le dije que no había gallinas y se me viene pidiendo?... En Madrid no hay bailes, no hay suarés. Cada uno habla o reza o hace lo que quiere en su casa con cuatro amigos muy de confianza, y basta. Nada más cierto, sin embargo, que este tristísimo cuadro de nuestras costumbres.

La única casa que le pareció alegre era la de Capitan Basilio. Pollos y gallinas piaban cantos de muerte con acompañamiento de golpes secos y menuditos como de quien pica carne sobre un tajo, y del chirrido de la manteca que hierve en la sarten. En casa había festin y llegaba hasta la calle tal cual ráfaga de aire impregnada de vapores suculentos, tufillo de guisados y confituras.

Traía maravillado esto al ingenioso Sánchez y un es no es inquieto, porque ¿cómo acordar estas costumbres metódicas y sedentarias con la existencia azarosa que su amigo había llevado hasta entonces? ¿Cómo no sorprenderse de que un hombre nacido en el arroyo y en lucha constante con la sociedad tuviese tal cuidado de retirarse cuando las gallinas?

Esto será objeto de un discurso que pronunciaré otro día, cuando tenga completos los datos estadísticos que estoy reuniendo. Necesito saber con certeza cuántos bueyes come cada día, cuántas docenas de gallinas, así como las toneladas de pescado y de pan que lleva devoradas.

Zarandilla, que falto de vista parecía haber aguzado sus oídos, interrumpió a Rafael, ladeando su cabeza como para escuchar mejor. Muchacho, paece que truena. Palidecía la gran mancha de sol sobre los guijarros del patio; las gallinas corrían en rueda, cocleando, como si quisieran huir de la ráfaga de viento que erizaba sus plumas. Rafael prestó oído también.

El hombre de mar metido entre las cuatro tablas de un vaporcito ribereño, es como el milano de las regiones australes, que se le encerrara en un jaulón de gallinas. ¡Capitán! ¿cómo se llama ese aparato de pesca? le dije señalándole una balsa que se veía en la orilla. No me contestó con marcada aspereza.

Las gallinas de unos y otros, escalando los montones de leña, fraternizaban en lo alto de las bardas; las mujeres de las dos casas cambiaban desde las ventanas gestos de desprecio. Aquello no podía resistirse; era como vivir en familia, y la viuda de Casporra hizo que sus hijos levantaran la pared una vara.

Debajo de los manzanos frondosos de la pomarada se colocaron varias mesas. El número de convidados, entre indígenas y forasteros, pasaba de ciento. Para proveer al banquete se mataron algunos corderos y muchos pollos y gallinas, se cazaron algunas docenas de perdices y se pescaron salmones y truchas en abundancia. D. César de las Matas de Arbín encontraba poco todo aquello.

Apenas comienza la primavera, vivo constantemente al aire libre... Me tienen sobradamente ocupada mis gallinas, mis flores, mis árboles; cuido yo misma la corta de mis bosques y le aseguro a usted que no apenas qué cosa sea el aburrirse. ¿Y en invierno?

Cuando se rezaba el rosario, que era dos veces al día, mandaba previamente una criada al gallinero para apartar, mientras durase, al gallo de las gallinas; luego la ordenaba separar las cucharas de los tenedores y los corchetes machos de las hembras.

Palabra del Dia

rigoleto

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