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Actualizado: 15 de julio de 2025
Seguro que aquella noche iban a Colón, como que tenían abono a palco bajo, con mucho relampaguco de piedras y mucho crujir de seda; entretanto, ellos comerían su carbonadita en paz y gracia de Dios y se acostarían a la hora de las gallinas, para no gastar mucha luz, pues el gas está cada día más caro.
A pesar de estos rumbosos informes, la Guardia civil le había pedido los papeles, igual que al último perdulario; pero como los llevaba en regla y no se metía con nadie, ni nadie se quejaba de él y le fiaba el vecino del lugar con quien vivía, no pasaban las cosas a más que a vigilarle de lejos, lo mismo que a su fiador, mientras en el pueblo se cerraban las casas al anochecer y no se dejaban, de puertas afuera, ni las gallinas en sus «albergaderos» provisionales.
Aquello era un dolor y un horror; tener que renunciar con severidad israelítica al jamón extremeño, rosado y aromático, y al salchichón de Génova, matizado como un mosaico, o exponerse a tragar el endiablado microbio que el atribulado Fernandito seguía con la imaginación en todas sus transformaciones, viéndole alargarse, alargarse hasta convertirse en tenia, y engordar, engordar luego hasta trocarse a costa de los jugos de su estómago en una serpiente boa, igual a las que había visto tragarse gallinas y conejos y aun cabritos, con la facilidad con que se tragaba él, una tras otras, un barrilito entero de aceitunas sevillanas.
Tengo gallinas de una fecundidad asombrosa, y como un ratero, revuelvo todas las mañanas la paja para sorberme los huevos todavía calientes... El piano lo tengo olvidado. Hace más de una semana que no lo había abierto; pero esta tarde, no sé por qué, sentí el deseo de rozarme con los genios. Tenía sed de música... algo de los caprichos melancólicos de otros tiempos.
La segunda vino en un carro de bueyes, metido y encerrado en una jaula, adonde él se daba a entender que estaba encantado; y venía tal el triste, que no le conociera la madre que le parió: flaco, amarillo, los ojos hundidos en los últimos camaranchones del celebro, que, para haberle de volver algún tanto en sí, gasté más de seiscientos huevos, como lo sabe Dios y todo el mundo, y mis gallinas, que no me dejaran mentir.
Además de los multiformes tenduchos que rodean la plazuela, y que le añaden animación y fuerza dramática, veíase á aquella hora una infinidad de puestos amovibles ó matutinos; es decir, una multitud de lugareñas sentadas en el suelo, con su cesta de huevos al lado, y rodeadas de pollos, pavos y gallinas.
De los pueblos Cários. Desde estos pueblos pasamos á los de los Cários, que están á 50 leguas de los Agaces, donde hallamos mucho maiz y algodon. Tienen tambien peces, carnes, puercos, avestruces, ovejas indianas, tan grandes como mulos, cabras, gallinas, conejos, y otras cosas de este género. Hay miel en abundancia, de que hacen tambien vino, cociéndola.
¿Comen hombres esos salvajes? Como nosotros comemos gallinas. ¡Qué brutos! Tienen hambre, Hans. Su tierra nada produce; no hay animales en ella, o son escasísimos, y tienen que apencar con todo para comer. Pero nosotros somos muchos, tío. ¡Muchos!... Y tenemos fusiles y dos lantacas .
Ante la mesa de tosca piedra, roída por la intemperie, se sentaban Baltasar y Amparo, y allí les traían las botellas de cerveza, de gaseosa, cuyo alegre taponazo animaba de tiempo en tiempo el diálogo. Una parra tupida les prestaba sombra; algunas gallinas picoteaban los cuadros de un mezquino jardín; el lugar era silencioso, parecido a un gabinete muy soleado, pero oculto.
Hola, caballerito dijo el conde dirigiéndose al zorro, que colgaba de la espalda de Pedro. ¿Conque entretiene usted sus ocios engulléndose las gallinas del vecindario? ¿Y se figuraba usted que sus proezas no habían de tener fin jamás? Este Pedro dijo el cura es un buen muchacho... es un buen muchacho. Nos va despejando la comarca de alimañas.
Palabra del Dia
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