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Por los mares Atlántico y Pacífico tus fuertes galeones aún navegan, y van en ellos, bajo un sol de gloria, almas grandes que luchan y que anhelan, andantes caballeros del Ensueño, guardianes de la de Dulcinea, locos sublimes que descubren mundos y mueren por su reina la Quimera.

El Papa trabajaba con vehemencia; el Duque de Saboya no era obstáculo; la llegada á España de la flota de galeones consentía el refuerzo de ejército y armada. ¡Qué letargo el de Francia; qué negligencia en Inglaterra; qué dolor no haber interceptado los tesoros de las Indias, siguiendo el plan que él mismo entregó á la Reina!

Y, diciendo y haciendo, se metió por esos aires como por una viña vendimiada, meando la pajuela a todo pajarote y ciudadano de la región etérea, a fuer de los de la jerigonza crítica , y don Cleofás se entró a tomar posada, que, aunque estaba llena de muchos pasajeros que habían venido con los galeones y pasaban a la Corte, con todo, al güésped nuevo hicieron cortesía, porque la persona de don Cleofás traía consigo cartas de recomendación , como dicen los cortesanos antiguos.

Nombraba turcos, galeones y capitanes, todos los que había leído en unas coplas que andaban de esto; y como él no sabía nada de mar, porque no tenía de naval más del comer nabos, dijo, contando la batalla que había vencido el señor don Juan en Lepanto, que aquel Lepanto fue un moro muy bravo, como no sabía el pobrete que era nombre del mar. Pasábamos con él lindos ratos.

El hospital y la cárcel fueron buscados como refugios venturosos, donde se comía regularmente y como de milagro. Millares de infelices se fraguaban pústulas sangrientas o perpetraban delitos para ser alimentados. Las calles estaban llenas de limosneros fingidos; los campos, de falsos anacoretas; los puertos, de famélicos hidalgos que venían a pedir una plaza en los galeones.

Ferragut recordó las flotas á vela de otros siglos, escoltadas por navíos de línea, siguiendo su rumbo á través de incesantes batallas; los remotos viajes de los galeones de las Indias, saliendo de Sevilla para llegar en rebaño á las costas del Nuevo Mundo. La doble fila de cascos negros con penachos de humo avanzaba mansamente en las jornadas de bonanza.

Vamos, vamos, la brisa fresquea y nos disponemos a salir. Porque, ¿qué hacemos aquí mientras haya buques mercantes en la Mancha, galeones en el golfo de Gascuña y ricos navíos portugueses en el estrecho de Gibraltar? ¡Cómo! ¿Usted partirá hoy, un viernes?

El día veinticuatro de aquel mes, pasadas las seis de la tarde, tres gruesos galeones dejaban la bahía, desplegando una a una sus velas numerosas, que tomaban al pronto en el crepúsculo vivo tinte de oro y de sangre. En uno de ellos iba Ramiro asomado a la borda, y tendiendo su mirada, su imaginación y toda su alma hacia la fabulosa esperanza del horizonte.

El gran Comendador de Francia, General de las galeras, á cuyo cargo venían los 1.000 hombres que la Religión daba entre caballeros y soldados, viendo que se atendía solamente á la fortificación de la fuerza, sin tratarse más de ir á Trípol, que era para el efeto que daba la Religión aquella gente, sin cinco galeras y una galeota y dos galeones y seis piezas de artillería de batir, sin otras piezas de campaña, con el recaudo de municiones que convenía para todas, demandó licencia y se fué con ellas, y mucha gente y caballeros enfermos.

Y de todos los extremos de la Península, siguiendo rutas convergentes como las varillas de un abanico, estos alegres romeros de la aventura y la ilusión venían a unirse con una firme amistad, tal vez por toda la existencia, al pie de las carabelas y galeones que se balanceaban pesadamente en la desembocadura del Guadalquivir esperando el lombardazo de partida.