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Actualizado: 15 de junio de 2025
Fuíme con mi muger á casa del señor Orcan, que era uno de mis parroquianos; le pedímos su amparo en nuestra cuita, y se le otorgó á mi muger, y á mí no. Era mi muger mas blanca que los requesones que fuéron el orígen de mi desventura, y no brilla mas la púrpura de Tyro que el color que su blancura animaba: por eso se la guardó Orcan, y me echó de su casa.
Dióme mil abrazos y otro pollo para mí, y yo fuíme con él adonde había dejado sus compañeros, e hice hacer en casa de un pastelero una cazuela, y comímelos con los demás criados. Supo el ama y don Diego la maraña, y toda la casa la celebró en extremo. El ama llegó tan al cabo de pena que por poco se muriera, y de enojo no estuvo a dos dedos a no tener por qué callar de decir mis sisas.
Fuíme con él, y díjome: "Aquí te podrás ir, mientras cumplo con esta gente; que ya vamos de vuelta, y hoy comerás conmigo." Yo, que me vi a caballo, y que en aquella sarta parecía punto menos de azotado, dije que le aguardaría allí; y así, me aparté tan avergonzado que, a no depender de él la cobranza de mi hacienda, no le hablara más en mi vida, ni pareciera entre gentes.
Y la pobre mujer, con los ojos empañados, apenas hallaba voz en su garganta para decirme esto. ¡A buena puerta había llamado yo para curarme de tristezas! Agravadas las que había sacado de mi habitación con el contagio de las de Facia, apartéme de ella con dos fórmulas de consuelo, que para mí hubiera querido yo, y fuime en derechura a la cocina.
Vista ésta, os podéis venir aquí, que con lo que vos sabéis de latín y retórica, seréis singular en el arte de verdugo. Respondedme luego, y entre tanto, Dios os guarde». Fuime corriendo a don Diego, que estaba leyendo la carta de su padre, en que le mandaba que se fuese y que no me llevase en su compañía, movido de las travesuras mías que había oído decir.
Preguntóme si era á lo divino, respondíle que sí; diómela, volvíme á casa y avisé á Solano que repasase el auto de Caín y Abel, y lo fuese á cobrar á tal parte, porque lo habíamos de representar aquella noche. Y entretanto yo fuí á buscar un tamborino, hice una barba de un pedazo de zamarro, y fuíme por todo el pueblo pregonando mi comedia.
Yo le dije: "Señor, hasta que dio las dos estuve aquí, y de que vi que V.M. no venía, fuime por esa ciudad a encomendarme a las buenas gentes, y hanme dado esto que veis."
Vine yo con gran disimulación, y en entrando, me dieron la cédula diciendo: -Dineros y amor mal se encubren, señor don Ramiro. ¿Cómo que nos esconda V. Md. quién es debiéndonos tanta voluntad? Yo hice como que me había disgustado por el dejar de la cédula y fuime a mi aposento.
¡Ah! tiene usted suerte, me dijo Mauricio; es una prenda de rey. Recuerdo que Mauricio, recordando un puntapié que le valió esta observación, habló en lo sucesivo con el más profundo respeto de la señorita Amparo. Fuime a una joyería y gasté los tres mil reales que me había dado Amparo, en una bonita cruz de diamantes para ella.
Fuíme luego a apear al mesón del Moro, donde me topó un condiscípulo mío de Alcalá, que se llamaba Mata, y ahora se decía por parecerle nombre de poco ruido Matorral. Trataba en vidas, y era tendero de cuchilladas, y no le iba mal.
Palabra del Dia
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