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Actualizado: 15 de junio de 2025
¿Que aquí está mi señora Ana? Aunque lo deje todo, vamos, que quiero hacer lo que estoy obligado. Abrí los ojos oyendo que no había comido. Fuime con él y empecéle a contar que una mujercilla que él había querido mucho en Alcalá sabía yo dónde estaba, y que le podía dar entrada en su casa. Pegósele luego al alma el envite, que fue industria tratarle de cosa de gusto.
Fuime por las calles de Dios, llegué a la puerta de Guadalajara, y sentéme en un banco de los que tienen en sus puertas los mercaderes. Quiso Dios que llegaron a la tienda dos de las que piden prestado sobre sus caras, tapadas de medio ojo, con su vieja y pajecillo. Preguntaron si había algún terciopelo de labor extraordinaria.
«No pudiendo vivir como realista, fuíme a Francia, donde en calidad de liberal me colocaron en un depósito, con seis cuartos al día. Vino por fin la amnistía, señor Fígaro. ¡Eh! Gracias a una reina clemente, ya no hay colores, ya no hay partidos.
Yo le dije: "Señor, hasta que dió las dos estuve aquí y, de que vi que vuestra merced no venía, fuíme por esa ciudad a encomendarme a las buenas gentes, y hanme dado esto que veis." Mostróle el pan y las tripas, que en un cabo de la halda traía, a la cual él mostró buen semblante, y dijo: "Pues, esperado te he a comer y, de que vi que no veniste, comí.
Fuime a casa, que apenas acerté, y fue ventura el ser de mañana, pues sólo topé dos o tres muchachos, que debían de ser bien inclinados porque no me tiraron más de cuatro o seis trapajos y luego me dejaron. Entré en casa, y el morisco que me vio comenzóse a reír y a hacer como que quería escupirme. Yo, que temí que lo hiciese, dije: -Tené, huésped, que no soy Ecce-Homo.
BERGANZA. Digo que los hijos de mi amo se dejaron un día un cartapacio en el patio, donde yo a la sazón estaba; así del vademecum y fuíme tras ellos, con intención de no soltalle hasta el estudio.
Pues andar a pie pareciera mal y más entonces, fuime a San Filipe y topéme con una lacayo de un letrado, que tenía un caballo y le aguardaba, que se había acabado de apear a oír misa. Metíle cuatro reales en la mano, porque mientras su amo estaba en la iglesia me dejase dar dos vueltas en el caballo por la calle del Arenal, que era la de mi señora.
Fuime a las vistas, y allá, con ser una plazuela bien grande, era menester enviar a tomar lugar a las doce, como para comedia nueva: hervía en devotos. Al fin, me puse en donde pude; y podíanse ir a ver, por cosas raras, las diferentes posturas de los amantes.
Otro día, no pareciéndome estar allí seguro, fuíme a un lugar, que llaman Maqueda, adonde me toparon mis pecados con un clérigo que, llegando a pedir limosna, me preguntó si sabía ayudar a misa. Yo dije que sí, como era verdad, que aunque maltratado, mil cosas buenas me mostró el pecador del ciego, y una dellas fue ésta. Finalmente, el clérigo me rescibió por suyo.
Concluida esta filípica, fuíme en busca de mi Sans-délai. Me marcho, señor Fígaro me dijo; en este país no hay tiempo para hacer nada; sólo me limitaré a ver lo que haya en la capital de más notable. ¡Ay! mi amigo le dije, idos en paz, y no queráis acabar con vuestra poca paciencia: mirad que la mayor parte de nuestras cosas no se ven. ¿Es posible? ¿Nunca me habéis de creer?
Palabra del Dia
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