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Actualizado: 25 de junio de 2025


Me escriben que hay señora que da cien pesos de limosna por una misa. ¡Y en España que no pasa nadie de tres pesetas!... Complacíase Ojeda con esta franqueza de don José al comparar las ganancias del sacerdocio en los dos hemisferios. Había hecho bien en embarcarse: seguramente le esperaba allá la fortuna. No es tan fácil, don Fernando; hay mucha concurrencia.

Escuchadme bien... Apenas se atrevía a mirarme. Me evitaba, me huía... Me tenía miedo. Evidentemente me tenía miedo. ¡Pues bien! ¿decidme, con franqueza, si soy como para inspirar miedo? No, ¿no es verdad? Seguramente, no. ¡Ah! pero no me tenía miedo a , sino a mi dinero ¡a mi horrible dinero!

Puesta la conversación en este terreno de franqueza un poco ruda, seguimos platicando amigablemente mientras dábamos vueltas por la galería. Mi compañero era un malagueño tan cerrado, como lo era sevillana la hermana San Sulpicio. Hablaba de la zeda, mientras ésta hablaba de la ese.

Fortunata no contestó. «¿He acertado? ¿He puesto el dedo en la parte más sensible de la llaga? Franqueza, señora mía; que esto no ha de salir de aquí. Yo me tomo estas libertades, porque que usted no se ha de enfadar. Bien que abuso y que me pongo insoportable y machacona; pero aguánteme usted por un momento; no hay más remedio... Con que a ver...». Tampoco dijo nada.

Y rompió a reír de nuevo con aquella franqueza insolente que a Fortunata le agradaba, cosa extraña, despertando en su alma instintos de dulce perversidad. «Nada, yo no me caso, que no me caso, ¡ea! declaró la novia levantándose y dando pasos de aquí para allí, cual si moviéndose quisiera infundirse la energía que le faltaba».

La sala del trono, con cierto aire de grave y reposada aristocracia, con la elocuencia imponente, venerable y austera de la antigüedad, con la fantasía lúgubre y poderosa del pasado: y las dos salas de los prebostes, con cierto aire de cordialidad y de franqueza, de barbarie agreste y de recta justicia, con esa mistura de desenfado y de miramiento que veneramos en los antiguos, el desenfado del hombre rudo, y el miramiento religioso del hombre de bien; esas tres salas, que pudieran llamarse de los cristianos viejos, nos atraen magnéticamente con dos emociones distintas: la emocion de la historia, y la emocion de la poesía; esa poesía que va unida al orígen de todas las cosas, porque la infancia, la niñez, es naturalmente poética; la poesía que tiene la cuna, en donde la madre cria á sus hijos.

¿Ha estado usted malo? ¡Quiá! ¿quién? ¿yo? ¡ni pensarlo! Pues qué, ¿tengo mala cara? Dígame usted con franqueza... ¿tengo mala cara?... Pálido... ¿tal vez? ¿pálido?... No, no, nada de eso. Pero... se me figura que está usted menos alegre, preocupado... qué yo.... Don Víctor suspiró otra vez. Tras una pausa preguntó, con tono quejumbroso: ¿Ha leído usted eso? ¿Qué es eso?

No podía usted llegar más a tiempo ni en mejor ocasión... ¡Catana!... ¡Catana!... ¿Café? ¿chocolate? ¿cosa de tenedor?... Con franqueza, don Claudio: lo que más apetezca y mejor le siente a estas horas... ¡Catana!... Pero, señor don Alejandro, ¡si yo no acostumbro a desayunarme hasta más tarde!

Pero me gusta dar a cada cual lo que merece, y no tengo todavía bastante franqueza con usted, que es caballero y hombre de mundo, para recibirle en mi casa, por primera vez, vestido de carretero. Va, pues, con usted, como ha ido antes con otros, este ceremonial; y no me lo agradezca, porque es deuda de homenaje que le rindo muy gustoso.

Entonces el capitán inglés nos habló con su bocina y nos dijo... ¡pues mire usted que me gustó la franqueza!... nos dijo que nos pusiéramos en facha porque nos iba a atacar. Hizo mil preguntas; pero le dijimos que no nos daba la gana de contestar.

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