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Actualizado: 16 de noviembre de 2025
Montado sobre este diminuto caballete, Belarmino se pasaba la vida. Primeramente, de recién instalado en su cuchitril, hacía alguno que otro par de borceguíes para los criados de la casa y para los frailes. Luego fué abandonando poco a poco este linaje de trabajo y se dedicó a composturas.
No: los frailes de Filipinas eran otros: elegantes, pulcros, bien vestidos, el cerquillo bien cortado, las facciones regulares y serenas, la mirada contemplativa, espresion de santo, algo de rosa en las mejillas, baston de palasan en la mano y zapatitos de charol en los piés, que dan ganas de adorarlos y ponerlos bajo campanas de cristal.
Los frailes y los señores de Neira dejaban a Belarmino en libertad, que viviese a su gusto, como inocente criatura de Dios que no podía hacer daño a nadie. Una de sus últimas enseñanzas consistió en un a manera de apólogo, muy breve, que confió a Escobar, el Aligator, y que éste tuvo la suerte de poder traducir en lengua vulgar.
Los frailes dominicos del lugar nunca quisieron bien á la familia de los Mendozas. Á pesar de la piedad suma de las chachas Victoria y Ramoncica, y de la devoción humilde de D. José, no podían tragar á D. Diego, y se mostraban escandalizados de los desafueros é insolencias de D. Fadrique.
Esta proximidad había sido siempre una exigencia de doña Paula. Ella habitaba el segundo piso, a sus anchas; no quería ruido de curas y frailes entrando y saliendo; pero tampoco consentía que su hijo, su pobre Fermín, que para ella siempre sería un niño a quien había que cuidar mucho, durmiese lejos de toda criatura cristiana.
Y si tanta prisa tenéis, yo me voy a la sopa de San Jerónimo, adonde hay aquellos frailes de leche como capones, y allí haré el buche. Si vos queréis seguirme, venid, y si no, cada uno a sus aventuras. -Adiós -dije yo-, que no son tan cortas mis faltas que se hayan de suplir con sobras de otros. Cada uno eche por su calle.
El virrey, cuyo liberalismo en materia religiosa se adelantaba a su época, influyó, aunque sin éxito, para que se obligase a los frailes a hacer vida común y a reformar sus costumbres, que no eran ciertamente evangélicas. Lima encerraba entonces entre sus murallas la bicoca de mil trescientos frailes, y los monasterios de monjas de pigricia de setecientas mujeres.
A poca distancia de la cumbre del Rigi demora en medio de bosques y praderitas muy accidentadas el famoso hospicio de Nuestra-Señora, muy venerado por los milagros que á la Vírgen de las Nieves se le atribuyen y habitado por tres ó cuatro frailes.
Detuvieron los frailes las riendas, y quedaron admirados, así de la figura de don Quijote como de sus razones, a las cuales respondieron: -Señor caballero, nosotros no somos endiablados ni descomunales, sino dos religiosos de San Benito que vamos nuestro camino, y no sabemos si en este coche vienen, o no, ningunas forzadas princesas.
Dicho esto, el Padre Ambrosio, tomando en la mano la lámpara que ardía sobre la mesa y sirviendo de guía, hizo entrar a Fray Miguel en la mezquina alcoba donde tenía su cama. Allí había en el ángulo formado por las paredes del fondo y lado derecho una estrechísima escalera de caracol, por donde ambos frailes subieron más de treinta escalones.
Palabra del Dia
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