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Actualizado: 21 de junio de 2025


Y lo empujó en su salida, á pesar de que Ulises le dejaba franco el paso, repitiendo sus excusas, haciendo recaer toda la responsabilidad en la torpeza del sirviente. Se detuvo ella ante el emparrado, súbitamente tranquilizada al verse en pleno aire. Buscó la mesa más lejana y fué á sentarse de espaldas al cuarto. ¡Qué antro!... dijo . Venga aquí, Ferragut.

Al seguir el muro exterior del jardín, Ferragut encontró á las dos señoras. Cotemplaban las flores á través de los barrotes de una puerta. La más joven expresaba en inglés su admiración por unas rosas que balanceaban su púrpura en torno del pedestal de un viejo fauno. Ulises experimentó un irresistible deseo de mostrarse intrépido y galante.

Yo danzaba desnuda, con un velo transparente anudado á mis caderas y otro flotante sobre mi cabeza... Danzaba horas y horas, lo mismo que una sacerdotisa brahmánica ante la imagen del terrible Siva, y Ojo de la mañana seguía mis danzas con sus ondulaciones elegantes... Yo creo en el divino Siva. ¿Usted no conoce á Siva?... Ferragut dió de lado al sombrío dios.

Al entrar en el cuarto del hotel, frecuentado por oficiales de los buques mercantes, encontró á Ferragut sentado junto á un balcón, desde el que se veía todo el puerto viejo. Estaba más flaco, con los ojos hundidos y mates, la barba revuelta y un olvido manifiesto en su persona. ¡Tòni!... ¡Tòni!... Se abrazó á su segundo, mojándole el cuello de lágrimas.

Lo primero que notó Ferragut fué la visible disminución de los refugiados alemanes. Meses antes los había encontrado en todas partes, llenando los hoteles, apoderándose de los cafés, ostentando en las calles sus sombreros verdes y sus camisas de cuello abierto, que les hacían ser reconocidos inmediatamente.

La voz del buen consejo, aquella voz cuerda que hablaba en la mitad de su cerebro siempre que el capitán se veía en un momento difícil, había empezado á gritar escandalizada á las primeras revelaciones de esta mujer: «Ferragut, ¡huye!... Estás metido en un mal paso.

Primeramente, tribus miserables y escasas vagaban por las costas, buscando el alimento de los crustáceos arrojados por las olas: una vida semejante á la de los pueblos rudimentarios que Ferragut había visto en las islas del Pacífico.

Pero Ferragut reía, haciendo indicaciones lúgubres á los oficiales que estaban en el puente, para que resaltase mejor su seguridad profesional. Indicaba los escollos ocultos en el fondo.

Había recibido de Marsella un largo telegrama referente á Ferragut. Un espía sometido á la justicia militar le acusaba de haber trabajado en el aprovisionamiento de los submarinos alemanes. ¿Qué hay de eso, capitán?... Ulises quedó indeciso, mirando la cara grave del marino encuadrada por una barba gris. Este hombre inspiraba confianza.

Ordenes precisas habían sido dadas contra él. «¡En cuanto á sus cómplices!...» Freya figuraba indudablemente entre estos cómplices, por haberse atrevido á defender á Ferragut recordando la muerte trágica de su hijo, por no haber hecho coro con los que deseaban su exterminio.

Palabra del Dia

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