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Actualizado: 29 de julio de 2025


Los asaltos se prolongan hasta que la novia, fatigada de tanto trasiego de un castillo a otro, se decide a espirar. Con este sencillo argumento, que muchos años de uso han consagrado, lograron triunfos imperecederos una muchedumbre de mosquitos, cuyos nombres guardará tan cuidadosamente la historia, que nadie los averiguará jamás.

Lo cierto es que había pasado la noche fatigada, y con buen dolor de cabeza. A la mañana siguiente, mayor quebranto, fiebre; y a la noche, una meningitis, con todo su cortejo. El delirio, sobre todo, franco y prolongado a más no pedir. Concomitantemente, una ansiedad angustiosa, imposible de calmar.

Siguió Maximiliano descargando su corazón, que otra coyuntura de desahogo como aquella no se le volvería a presentar, y por fin la niña estiró el brazo izquierdo sobre la mesa, y como estaba tan fatigada del ajetreo de aquel día y de los coscorrones, hizo del brazo almohada y reclinó su cabeza en ella.

Su conversación estaba siempre como salpicada de estas dos exclamaciones: ¡Qué mundo éste! ¡Lo que ve el que vive! La chacha Victoria se sentía como hastiada y fatigada de haber visto tanto, y eso que sus viajes no se habían extendido más allá de cinco ó seis leguas de distancia de Villabermeja. Una pasión, que hoy calificaríamos de romántica, había llenado toda la vida de la chacha Victoria.

Allí tiene su familia y siempre que va al norte, pasa la noche en casa. ¿Y qué tal hombre es? Excelente y servicial con todo el mundo. D. Salvador se mascó el bigote y puso una cara altanera, porque D. Juan llegaba en ese momento. Su mula, fatigada, se detuvo a la puerta, y el indio posadero salió a recibirlo.

Más allá marcábanse en el horizonte las alas blancas de una goleta que venía hacia Palma lentamente, como una gaviota fatigada. Entró madó Antonia, dejando sobre la mesa un tazón humeante de café con leche y una gran rebanada de pan cubierta de manteca. Jaime atacó el desayuno con avidez, y al mascar el pan hizo un gesto de desagrado.

Á cada paso, al subir una cuesta áspera y corva, Ayela se detenia jadeante, temblorosa; su mano buscaba apoyo en un muro, y de su boca hervoroso se exhalaba el ronco alentar que ahoga y en el comprimido pecho la sangre agitada agolpa. Fatigada, dolorida, llegó al fin á la Almanzora. Desierta la calle estaba, sumida en tinieblas, lóbrega, y al amor no daba amparo en sus rejas silenciosas.

Como director de enseñanza, o ministro, o legislador, o periodista, fomentó casi todos nuestros progresos morales y materiales, desde 1853 hasta su muerte, ocurrida el 11 de septiembre de 1888, en la Asunción del Paraguay, adonde había ido en busca de alivio para su vejez ya fatigada. La fecha de su muerte es efemérides que se rememora todos los años en las escuelas nacionales.

La encuentra sentada a la ventana, con una tela blanca sobre las faldas. Está pálida y fatigada, pero ilumina sus facciones la melancolía apacible que es propia de los convalecientes. Tiende la mano a Juan con una sonrisa. ¿Cómo estás? pregunta él dulcemente. Bien, como ves responde ella mostrando la tela blanca. Ya estoy pensando en el baile. ¿Qué baile? pregunta él con admiración.

Un largo espacio de silencio. Abajo despertaban los dos amantes estrechamente abrazados en el éxtasis todavía de aquel canto de amor. Leonora apoyaba su despeinada cabeza en el hombro de Rafael. Acariciaba su cuello con la anhelante y fatigada respiración que agitaba su pecho. Murmuraba junto a su oído frases incoherentes, en las que aún vibraba la emoción. ¡Qué feliz se sentía allí!

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