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Cien veces, mil veces peor, que esas que le tiran de la levita a don Saturno, porque esas cobran, y dejan en paz al que las ha buscado; pero las señoras chupan la vida, la honra... deshacen en un mes lo que yo hice en veinte años.... ¡Fermo... eres un ingrato!... ¡eres un loco! Se sentó fatigada y con el pañuelo que traía a la cabeza improvisó una banda para las sienes.

La joven exclamó con energía al fin frunciendo la tersa frente: Ya quién se lo ha dicho a usted. Y su sangre, al proferir estas palabras, huyó del rostro nuevamente como una marea de reflujo instantáneo. La de su madrastra también se concentró en su lastimado corazón. Inclinó la blanca y fatigada cabeza, diciendo: Si lo sabes, no pronuncies su nombre.

Déjela usted que se repose. No me la inquiete. Seamos buenos amigos, mejores amigos que nunca; pero nada más. Hoy menos que nunca puedo yo resignarme a no ser más que buen amigo de usted. Esa necesidad de reposo que usted me dice que siente me parece fingida. Cuando el cuerpo, que es mortal, está brioso y floreciente ¿cómo quiere usted que crea yo que el alma está fatigada?

Podría decirse que algún sueño del pasado, alguna semejanza imaginaria, se despierta á medias en las nubes de aquella memoria fatigada, en cuyo seno flotan las imágenes confusas de todo un siglo. ¡Quería devolverme el dinero que me había ganado!

Gozaba de algún renombre en los laboratorios de su patria... Y estaba allí aguantando las enjabonaduras y payasadas del barbero, estremeciéndose bajo las rociadas de los negros, sin conocer lo grotesco de una situación que hubiese irritado a otros, satisfecho tal vez de contribuir al regocijo de esta muchedumbre fatigada por la monotonía del Océano.

El Rey tiene cincuenta años, y aún quizás pase de ellos: la faz esta marchita, la carne fofa, los ojos han perdido viveza: la fisonomía que vimos en el gran retrato ecuestre parece antes que avejentada, fatigada, entristecida, como si en ella se marcara no sólo el curso del tiempo, sino el amargo sedimento que en el alma debieron de dejarle tantas tierras perdidas y tantas glorias eclipsadas: ya esta en la edad triste y desengañada en que oyéndose llamar el grande había de saber que era mentira.

Pero lentamente, mis amigos; no como un condenado, que empieza con la «Balsa de la Medusa» y acaba con los «Monjes» de Lesueur y sale del Museo con la retina fatigada, sin saber a punto fijo si el Españoleto pintaba Vírgenes; Murillo, batallas; Rafael, paisajes, o Miguel Ángel, pastorales. Dulce, suavemente; ¿te gusta un cuadro?

Inclinándonos sobre la fuente y viendo en ella reflejada nuestra cara fatigada y con frecuencia nada buena sobre su límpida superficie, no hay nadie que no repita instintivamente, hasta sin haberlo aprendido, el antiguo canto que los güebros enseñaban á sus hijos: Acércate á la flor, pero no la deshojes, Mírala y en voz baja: ¡Oh, quién fuera tan bueno!

Un haz de cañas se elevaba esbelto, y a su lado, las agudas poas sacudían su escobillón de terciopelo castaño. Regalada frescura subía del agua. Era la nota característica del paisaje, dulce melancolía, blando adormecimiento, el reposo de la madre Naturaleza cuando, fatigada de la continua gestación del estío, se prepara al sopor invernal.