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Actualizado: 10 de junio de 2025


Aquella misma semana, si Dios quería, contaba dejar a Sarrió y trasladarse de nuevo con sus bártulos a Lancia. Al recibir de sopetón esta noticia don Rosendo se puso pálido. Pero, hombre de Dios, ¿y el número próximo del Faro?

Ahora, yo remaré dijo Recalde ; no hagas mas que ir achicando. Era tiempo, porque el bote iba haciendo agua; tenía yo los pies y los pantalones mojados. Me puse a trabajar con el achicador, con brío, y conseguí que el nivel del agua dentro del bote disminuyera muchísimo. Pensábamos dar la vuelta al monte Izarra y atracar en la punta del Faro. Cuando se cansó Recalde de remar, le substituí yo.

El folletín estaba a cargo de don Rufo, que hacía año y medio que estudiaba el francés sin maestro, por el método Ollendorf. Se resolvió a traducir, para el periódico, Los misterios de París, obra en seis tomos. Excusado es decir que El Faro de Sarrió, a pesar de vivir algunos años, nunca pudo llegar al tomo tercero. Don Rufo era un traductor notable.

Me acerco a él, lo muevo, lo llamo: «¡Oh, Tché!... ¡Oh, Tché!...» Nada: ¡estaba muerto!... ¡Imagínese usted qué susto! Más de una hora estuve estupefacto y tembloroso ante aquel cadáver; después, de pronto, me acuerdo del faro. No tuve tiempo más que de subir a la farola y encender. La noche estaba ya encima... ¡Qué noche, caballero! El mar y el viento no tenían sus voces naturales.

El monte Izarra forma una pequeña península: a un lado tiene el boquete de Lúzaro, al otro, una playa extendida algunos kilómetros entre la punta del Faro y los cantiles pizarrosos de la parte de Elguea. Esta playa es la llamada playa de las Ánimas; playa solitaria y desierta.

Es María, la egida y el amparo del que en la tierra infortunado llora; y es en el mar el encendido faro enmedio de tormenta aterradora. La que invoca el marino en sus azares, cuando el azote de huracán violento, las olas de los mares, amenazan trepar al firmamento.

Lo que acabó de ponerle mal con El Faro y sus redactores, fué cierta gacetilla en que se censuraba al ayuntamiento y al alcalde con alguna dureza, por el lamentable abandono en que tenían los servicios de policía urbana, y lo poco que trabajaban por hacer agradable la temporada de verano «a los distinguidos escrofulosos que acudían a la playa de Sarrió en busca de salud».

La ocasión era admirable para abrir brecha en los enemigos de la libertad y del progreso. En efecto, el primer número del Faro insertó una relación circunstanciada escrita en estilo jocoso de todo lo ocurrido. Con esto los ánimos del clero y de las personas timoratas de la villa quedaron grandemente sobreexcitados.

Una mañana me acerqué al faro de las Ánimas. Al asomarme a la plataforma vi a uno de los chicos del torrero y le pregunté: ¿Está tu hermana? ¿Quién, Quenoveva? . Aquí está. Bajé, y me encontré a la muchacha, despeinada, con las piernas desnudas, envuelta en una falda hecha jirones. Estaba lavando. Al verme, se levantó avergonzada; yo la tranquilicé y le expliqué a lo que iba.

Al extremo de la tierra firme, en una especie, de península, pedregosa, batida del mar por tres lados había un faro, hoy día destruido, rodeado de un jardincito, con setos de tamarindos tan cerca de la orilla, que cada marea un poco fuerte quedaban hundidos en espuma. Era aquél el punto de cita elegido ordinariamente para reunirnos, como he dicho, después de las cacerías.

Palabra del Dia

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